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“¡montan vídeo;’’
por Carlos Cravieso
CARLOS TRAVIESO
MOflTEM VÍDEO
ORIGEN DEL NOMBRE
- DE -
MONTEVIDEO
MONTEVIDEO
Imp. Latina
1923
INDICE
PROLOGO Pág IX
PARECER DEL EXCMO. SEÑOR ALMIRANTE A. INDIO
DO BRAZIL . Pág. XI
I
EL NOMBRE DE MONTEVIDEO
DE QUÉ EXPRESIÓN DERIVA PRECISAMENTE
Ni de “Monte vide eu”, ni de “Monte vi eu”, ni de “Monte vida”,
ni de “Monte vi”, ni de “Monte veo”, ni de ninguna de las
expresiones corrientes.
Falta de investigaciones y de exposiciones razonadas. — Pun¬
to de partida tradicional. — El nombre de Montevideo deriva de
una exclamación lanzada a la vista del Cerro por un vigía de la
expedición magallánica. — Concordancia de la tradición, de la
historia y de las más generales conjeturas a este respecto. — ¿ Cuál
fue la exclamación del vigía? — Inadmisibilidad del “Monte vi-
de eu”. Pág. 1
II
EL NOMBRE DE MONTEVIDEO NO DERIVA NI DEL
CASTELLANO NI DEL GALLEGO NI DEL PORTUGUÉS
Ninguna de las exclamaciones atribuidas al vigía magallá-
nico es de la construcción ni de la índole de los idiomas o dia¬
lecto mencionados. Pág. 5
III
EL NOMBRE DE MONTEVIDEO DERIVA
DIRECTAMENTE DEL LATIN
Y NO TIENE QUE VER CON MONTE VIDI, QUE NO PUEDE HABER
EXISTIDO
Los errores del piloto, ex-contramaestre, Francisco Albo
El Diario de Navegación de Francisco Albo, ex-contra¬
maestre, improvisado piloto. — Imprecisión, insuficiencia o desa¬
cierto de muchos de los datos que contiene. — Contradicciones, se¬
gún Navarrete, nada menos que en asuntos esenciales de la expe¬
dición de Magallanes: la situación geográfica de las islas de la
Especería. — El río de Solís transportado al Uruguay. — El Santa
Lucía entre Montevideo y Maldonado. — No obstante, el Diario
•de Albo es el documento original más auténtico que se conozca de
la navegación magallánica. — Significativa prueba, de la derivación
latina de la voz Montevideo, que se deduce de ese documento. —
Aproximación con que da Al'bo la verdadera exclamación que
originó el nombre montevideano. — Claras señales de la misma,
en la primera y en la segunda de las versiones que aquel trans¬
mite en £u Diario. — La denominación de Monte Vidi, que es
la primera versión de Albo, importaría admitir que un vigía en ex¬
ploración del horizonte, se expresase en tiempo pasado. — Además,
no se podría explicar, con esa primera versión, el paso del vidi
al vídeo — o vidio, que pertenece a la segunda versión del mismo
Albo . Pág. 9
IV
VERDADERO ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
“i MONTEM VÍDEO !”
(|Veo un monte I)
Expresión latina, de la que sale, casi a la letra, nuestro nom¬
bre, de acuerdo con los datos de la tradición. — La expresión en
lengua vulgar, no habría motivado el nombre propio. — Singular
ocurrencia del empleo de la dicción latina. — Extrañeza y equí¬
vocos que produce: razón precisa de la nueva denominación. —
Caída de la m de Montem, y, más tarde, del acento de la i de
Vídeo. — Documentos españoles que consignan el vocablo Vídeo ,
conforme al texto y acentuación prosódica latinos, en toda su
pureza, para calificar al Cerro de Montevideo. — Los Cronistas,
escritores, ingenieros militares, el Consejo de Indias, su fis-
ÍNDICE
cal, el Rey, el propio fundador de Montevideo conocieran al
Cerro, a esta localidad, a la ciudad misma, con f n nomfire de
Monte Vídeo. — Esta designación continuó hasta -d final del
siglo XVIII. —'Necesariamente han debido ser recogidas refe¬
rencias inmediatas de actores y testigos de la expedición magallá-
nica, que no se inspiraron en las noticias de Albo puesto que las
rectificaron ... Pag. 19
EL B. P. PASTELLS Y SU INTERPRETACIÓN DEL SENTIDO DE LA VOZ
MONTEVIDEO. — EL “LAZARILLO DE CIEGOS CAMINANTES”, DE
CONCOLORCORVO, PUBLICADO EN 1773. . Pág. 24
DE CÓMO PODIA HABLAR LATÍN 0 LATINES UN VIGIA DE MAGALLANES
Quiénes atalayaban el mar y escudriñaban riftas y horizon¬
tes, en particular cerca de costas, desde los días de los primeros
descubrimientos. — El vigía, en nuestros mismos días, no es
siempre un marinero vulgar. — Ordenanzas de la Armada Naval,
a este respecto, en la época de los últimos Borbones. — Orde¬
nanzas de Fernando VI. — Ordenanzas de Carlos V y de Felipe
II. — Recopilación de leyes de Indias. — Ordenanzas de los
Reyes Católicos. — Grande interés de todos los Monarcas espa¬
ñoles por que se consignasen todos los datos, circunstancias y por¬
menores útiles de los viajes a Indias. — Conciencia que tuvieron
los Monarcas, desde los primeros días, del valor e linterés de la
colonización que emprendieron. — Alta conducta de estadistas,
que hizo el honor de España. — El carácter de las empresas de
dominio y colonización realizadas, pone a España por encima
de todas las naciones conquistadoras y colonizadoras del orbe. —
Disposiciones sobre derroteros y descubiertas, vigentes cuando la
expedición magallánica de 1519. — Los “tres tratos de cuerda” que
ordenó dar el general don Hernando a un piloto que había echado
al agua una figura de la navegación que habían traído. Pág. 26
V
QUIÉN PUDO SER EL VIGIA DE LA EXPRESIÓN
“MONTEM VIDEO”
Ni el piloto de la Trinidad, Esteban Gómez, ni el maestre
Punzorol, ni el ex-contramaesrtre Albo, ni ninguno de los demás
tripulantes con cargos especiales. — Los sobresalientes o meri¬
torios de la Trinidad. — Había, entre estos, individuos de cali¬
dad e instrucción. — Otra vez el latín, y el Almanaque de Se¬
bastian del Cano. — Por qué tampoco puede atribuirse la ex¬
clamación acerca de nuestro Cerro, ni al sobresaliente Pigaíetta,
VI
INDICE
ni a los portugueses Alvaro de la Mezquita y Duarte Barbo¬
sa. — Conjetura acerca de los sobresalientes sevillanos Joan
Miñez o Martínez y Diego Sánchez Barrasa. — Gente propensa
a gallardear y adornarse. — Fachendeo o papeloneo, propio de
andaluces — y nó marineros sino sobresalientes o meritorios —.
que importa el anuncio en latín de un accidente de la navegación.
— La investigación acerca del asunto de este capítulo, y de los
demás de esta obra, no puede considerarse agotada. — Existen por
explorar los archivos españoles. — No ha aparecido hasta hoy más
que el 1 Diario de Navegación de Albo. — En la expedición de
Magallanes se llevaron por lo menos otros seis Diarios de Na¬
vegación, correspondientes a los seis primeros pilotos que iban
embarcados. — Lo contingente . Pág. 33
VI
LA EXCLAMACIÓN DEL VIGÍA DE MAGALLANES DE¬
BIÓ DE SER EN LA CAPITANA
La Capitana abría la marcha en las Armadas de Indias. —
Bajo graves penas, debían seguirla a corta distancia — “de día
por la Bandera y de noche por el Farol” — las demás naves en
conserva. — Temporal del Este que soporta en las costas orien¬
tales la Armada de Magallanes. — La noche del 12 de Enero de
1520. — Las cuatro naves que siguen tras la “Trinidad” se refu¬
gian en “una como bahía”. — No se atreven a abandonar el sur¬
gidero en busca de la Capitana. — Esta debió de divisar el Cerro
a las primeras luces del alba. — La mañana del 13 de Enero de
1520. — Los expedicionarios a la altura, más o menos, de la Isla
de Flores. — Magallanes hace pasar delante a las naves de me¬
nor porte, la Santiago y la Victoria, que navegan guiñando y ha¬
ciendo sondajes. — Los cuidados de toda especie iban, como era
de rigor, a cargo de la Capitana. — La escuadra toda navegaba en
gran proximidad. — Del mismo relato de Albo se deduce que la
exclamación del vigía se dió en la Capitana; en presencia, pues,
de Magallanes. — Esto también explica el bautizo inmediato del
Cerro. . Pág. 39
VII
NAVEGACIÓN MAGALLÁNICA EN NUESTRAS AGUAS.
— ENTRADA EN EL RÍO DE SOLÍS
El Sr. Eduardo Madero y la “Historia del Puerto de Buenos
Aires”. — El reputado cronista don Antonio de Herrera. El
11 de Enero de 1520, frente al cabo de Santa María, propiamen¬
te frente a Punta del Este. — Confusión de los navegantes, du-
ÍNDICE
VII
rante más de dos siglos, acerca de la denominación de Punta del
Este. — Estudios, al respecto, del Sr. P. Groussac, en los Anales
de la Biblioteca de Buenos Aires. — En la mañana del 13 de
Enero de 1520, la expedición está a siete leguas y media de la
desembocadura del río de Solís. — Esa desembocadura — entre
Punta del Espinil'lo, detrás de nuestro Cerro, y Punta de Piedras,
en la costa argentina — siempre fué bien situada por los anti¬
guos navegantes y cronistas. — Magallanes le atribuye unas 20
leguas de ancho, que aproximadamente tiene. — En la tarde del
13 de Enero de 1520 — según Herrera — la expedición maga-
llánica entra en el río de Solís. — Los dos días de navegación,
de que habla Herrera antes de entrar la expedición en el Solís,
y la confusión del Sr. Madero y otros. — El Río Dulce de Solís,
el San Cristóbal de Magallanes y el Plata de los posteriores ex¬
pedicionarios portugueses y españoles, nunca pudo comprender
zonas oceánicas, ni llegar a Maldonado ni a Rocha ... Pág. 45
VIII
BAUTIZO DE NUESTRO CERRO. — DEL 12 AL 13 DE
ENERO DE 1520. — MÁS BIEN EL 13 DE ENERO
DE 1520 . Pág. 53
IX
MONTE SEREDO
De Amsterdam al Río de la Plata, en 1598. — El “Mundo
de Plata” y el “Mundo de Oro”. — Los Castilis, Loebes, Maído-
nade, Floris, Monte Seredo . Pág. 55
X
CONCLUSIÓN
“i MONTEM VIDEO !” ¡ MONTEVIDEO !. . .
NOTAS.- .
Pág. 57
Pági 59
PROLOGO
El estudio histórico contenido en estas páginas y que
versa sobre el origen del nombre de Montevideo, consti¬
tuye la memoria presentada por mí al Congreso Interna¬
cional de Historia de América celebrado últimamente en
Río de Janeiro por iniciativa del Instituto Histórico y
Geográfico Brasilero para conmemorar el primer centena¬
rio de la Independencia del Brasil.
Designado a última hora por el Gobierno de la Repú¬
blica para ejercer una de sus delegaciones ante aquel
Congreso, y en el concepto, que resultó exacto, de no haber
sido enviado hasta entonces a la Mesa Directora del Con¬
greso, en el Instituto de Río, ningún trabajo procedente de
nuestro país, creí del caso concurrir, con una memoria
propia, al funcionamiento — si aun fuera dado — de la
sección del Congreso abierta en particular a nuestra his¬
toria.
Con apremio, pues, completé algunas lecturas y dis¬
quisiciones que de tiempo atrás tenía comenzadas acerca
del expresado tema, el cual me ofrecía las varias ventajas
de no poder disonar con la representación oficial que in¬
vestía, de la brevedad con que podía dar término a su
estudio y del interés que podría asumir el punto de vista
etimológico desde el que trataba el asunto, apartándome
de las trilladas y rutinarias sendas seguidas hasta ahora
sin mayor rieparo.
Presentado el trabajo, no solo fué admitido, en virtud
de haberse prorrogado los plazos de concurrencia hasta los
días de la instalación y funcionamiento del Congreso, sino
que tuve el insigne honor de que, incorporado a la comi-
X
PR6IXJGO
sión correspondiente de la Sección de Historia de nuestro
país el Excmo. Señor Senador Almirante don Arthur
Indio do Brazil, fuese él quien informase por escrito so¬
bre mi modesto referido trabajo y de que lo hiciese en
los términos absolutamente benévolos que van a leerse.
De hombres superiores es la benevolencia, y no po¬
dría, así, hacer caudal de la que me ha dispensado, de la
que ha dispensado al delegado oriental, el señor Almirante,
que a su gran distinción militar, científica, política y social,
reúne, además, la particular condición de ser un delicado
amigo de los orientales, inclinado de consiguiente al buen
ver de todo lo que tenga relación con nosotros.
Acaso también, por lo mismo, no debo renunciar al
eminente honor de sus palabras simpáticas al frente de
esta pequeña obra, y no puedo tampoco dejar de estampar¬
las aquí en signo de reverencia a su personalidad.
El parecer del Sr. Almirante, adoptado en comisión,
fué aprobado al día siguiente, en la segunda y última se¬
sión plena del Congreso, celebrada el 14 de Setiembre ppdo.
Carlos Travieso.
PareeeF del Eterno, señor Almi¬
rante A. Indio do Brazil
“No es, solo, una hermosa disertación literaria, sino
excelente estudio de geografía y de historia y, al mismo
tiempo, valiosa contribución a la interpretación etno - filo¬
lógica de la expresión “Montevideo”, la memoria presen¬
tada al presente congreso (1. a sección) por el Sr. Carlos
Travieso, ilustre publicista oriental.
El nombre del cerro legendario que designa la prós¬
pera ciudad sud-continental y fué, un tiempo, extensivo a
todo el territorio de la Banda Oriental, ha motivado lar¬
gas e inextricables controversias, ya de pormenor, ya de
conjunto. Pero está hoy sentado, y lo patentiza la veraci¬
dad de la crónica magallánica, que el nombre nació de un
lance interjectivo, de una exclamación hecha por alguien,
uno de los marinos de la expedición — probablemente el
gabiero, o vigía —, a la vista del placentero monte, de trun¬
cado cono, junto al cual se asienta hoy la bella ciudad
sud-americana.
Ese gabiero, o vigía, sería, o nó, español. Al organi¬
zarse la gran expedición de Fernando de Magallanes, dis¬
pusieron los Reyes de Castilla no admitir extranjeros en
la flota, es decir, que no hubiesen en la Armada hombres
de mar portugueses; pero acabaron admitiendo cuatro o
cinco, toleraron hasta doce, y, en verdad, fué en número
superior la lista de extranjeros, en la que había genoveses,
venecianos, franceses, bretones, griegos, etc. La mayoría
de los tripulantes era de españoles y portugueses.
Así, la expresión “Monte-vídeo”, salida de los labios
de uno de esos tripulantes, habría sido exclamada en su
XII PARECER DEL EXCMO. SEÑOR ALMIRANTE
lengua natural, hallándose aquél en situación de dar nue¬
vas, en situación de albriciar, y, por consiguiente, die es¬
pontaneidad.
El Sr. Carlos Travieso, antes de desmenuzar, de me-
ritis, el objeto de la controversia, estudia en lineas gene¬
rales el gran viaje de circunnavegación y se detiene en el
punto ¡en que, el famoso “marino anónimo” que va en de¬
manda de las Molucas, de las llamadas “tierras de la
Especiaría”, al divisar el cerro lanza su grito albriciador.
Fué eso en Enero de 1520, a 15 del mes, según unos;
probablemente, a 12 o 13, según argumenta el ilustre Sr.
Travieso.
Es menester señalar que el gallardo publicista no se
reduce a la prueba documental, o a meros informes testi¬
moniales, bosquejados en la crónica de los navegantes. Es¬
cudado en los buenos testimonios y en los buenos docu¬
mentos, el autor de la memoria procura siempre la prueba
circunstancial, sin la cual no se pueden establecer positiva¬
mente los hechos, en la maraña de los relatos y deposicio¬
nes de la época.
Para ello, se complace el ilustre publicista en deteni¬
das pesquisas bibliográficas; y, en las constantes expla¬
naciones die la presente memoria, revela, al par de envi¬
diable erudición, aquel esclarecido sentido histórico, que
es para los arqueólogos, en el laberinto de los archivos, lo
mismo que la aguja de marear para los navegantes, en el
borbollón de las corrientes oceánicas.
El Sr. Carlos Travieso estudia con mirada sutil toda
la crónica de los navegantes del gran periplo. Embebióse
directamente en el “Archivo de Indias”, de Sevilla.
Para llegar a las conclusiones de su tésis, detúvose
largamente en los libros clásicos de Navegación, en la
compilación de las leyes de Indias, en la Historia Gene¬
ral de las Indias, de Herrera, en la “Colección die los Via¬
jes y Descubrimientos” de Navarrete, en el “Manual de
A. INDIO DO BRAZILi
XIII
Navegación, de Lobo y Riudavets, en los “Diarios” au¬
ténticos de Francisco Albo, Pigafetta y otros.
El primer documento de compulsar en el orden cro¬
nológico es el “Diario”, d¡e Francisco Albo, hidalgo de
Rodas y parte eficiente de la expedición.
El manuscrito figura en 'el “Archivo de Indias”, fue
publicado con la Colección de Navarrete, y está tam¬
bién integrado en la Historia, de Juan Sebastián del Cañó,
uno y otro mejor esclarecidos en las páginas de la Histo¬
ria de Chile, de Toribio de Medina.
Cuenta Albo que en 10 de Enero de 1520, los de la
expedición pusieron el nombre de “Monte vidi” al cerro
avistado, al cual corrutamente llaman ahora Santo Vidio-
Militan contra el aserto de Albo las probabilidades
circunstanciales y la autoridad de los comentadores. Grou-
ssac, director de la Biblioteca de Buenos Aires, extraña
que Francisco Albo baraje cosas importantes y tartamu¬
dee en asuntos para los cuales fueran deseables indiscre¬
pantes atestaciones.
Ya en ese pasaje comienza la admirable crítica filo-
histórica del Sr. Carlos Travieso.
Nunca en portugués, ni en castellano, ni en dialecto
gallego — observa el Sr. Travieso —, se usaría esa mane¬
ra sintáctica, a menos que hubiese intención de rebusca y
preciosismo, incompatible, por lo demás, con el momento
y las circunstancias. La expresión más natural hubiera si¬
do: Vide monte, o, más propiamente — vide el monte, o
vide un monte; nunca, por ende, Monte vide, construc¬
ción típicamente latina.
Tampoco resiste a la crítica el verdadero hibridismo
que sería admitir la expresión Monte-vide-eu. Y admi¬
tiendo el vide, no como imperativo latino, sino como pre¬
térito castellano, fracasaría en el caso la prueba circuns¬
tancial, puesto que es inaceptable que ante la visión pre-
XIV PARECER DEL EXCMO. SEÑOR ALMIRANTE
sente del cerro, el vigía albriciase y se expresase en tiem¬
po pasado: >eu zñ.
Probando hasta la saciedad la imposibilidad die ser
gallega, portuguesa o castellana la expresión exclamatoria,
el ilustre monografista oriental concluye que las albri¬
cias del marino (probablemente uno de los de la “Trini¬
dad”) habrían sido dadas en latín corriente: Montem vi¬
deo. De donde, con la queda eventual del m acusativo, o
simplemente por la inadvertencia auditiva de los circuns¬
tantes, habría nacido la expresión bautismal de la ciudad
ilustre: Monte Vídeo.
Resta la cuestión de saber si un simple marinero se
expresaría en latín, en tal oportunidad, y si el latín esta¬
ba así al alcance de un mero vigía. El monografista de¬
muestra que en los viajes más peligrosos y al aproximar¬
se a costas ignoradas, las funciones del gabiero cabían,
frecuentemente, a tripulantes de mayor clasificación,
hombres versados en otros conocimientos por encima de
las prácticas de navegar. Uno de esos hombres podría
perfectamente conocer el latín y, si no saber expresarse
espontáneamente en latín (lo que por otra parte, en la
época, no sería de gran extrañeza), al menos haberlo he¬
cho así en señal de la propia buena nueva y con aquella
jlactancia, con aquella presunción tan propias de los anda¬
luces. Y había dos de ellos entre los “sobresalientes” de
la nave capitana...
Sin perjuicio de la preciosa documentación en que
el autor abroquela sus conclusiones, y sin la menor res¬
tricción a la buena encadenación lógica de los argumen¬
tos aducidos en el curso de la explanación, resulta, asi¬
mismo, de un cierto carácter conjetural la versión adop¬
tada por el autor.
Mas considerando que es de todas la menos conje¬
tural y que elucida de un modo completo el valor
expresivo de la palabra, remontando a una perfecta e
A. INDIO DO BRAZIL
XV
irrecusable recomposición filológica, opinamos que la
memoria “Montem vídeo” (¡veo un monte!) presentada
por el ilustre congresista Sr. Carlos Travieso, representa
un notable esfuerzo de erudición y pesquisa, y constitu¬
ye un valioso e importante estudio, digno, desde todos
respectos, de figurar en el orden de las meditaciones del
presente Congreso y, admitido a las discusiones plenarias,
merecer la aprobación y aplauso de todos nuestros panes.
Y es este nuestro parecer, salvo mejor juicio.
Río, 13 de Setiembre de I 922 .”
I
El nombre de Montevideo
De qué expresión deriva, preeisamente
Ni de “Monte vide eu”, ni de “Monte vi eu”, ni de
“Monte vide”, ni de “Monte vi”, ni de “Monte
veo”, ni de ninguna de las expresiones corrientes.
El origen del nombre de Montevideo — atribuido
sin discrepancia, conforme a los datos tradicionales e
históricos y a las más generales conjeturas, a una excla¬
mación no bien precisada todavía, de uno de los nautas
que arribaron al Río de la Plata en la empresa que subsi¬
guió a la del descubridor Juan Díaz de Solís —, moverá
siempre a discurrir acerca del trascendental influjo, del
perdurable recuerdo, de las inimaginables consecuencias
que pueden tener en la vida un hecho cualquiera, un di¬
cho, una circunstancia, al parecer insignificantes.
¿Cómo había de figurarse el marino que — trepado
en un palo o sencillamente desde la cubierta de la nao
capitana en la expedición a las islas Molucas del hidalgo
don Hernando de Magallanes — divisara antes que nin¬
guno de sus compañeros el cerro atalayador que se alza
a la vera de nuestra hermosa bahía y lo anunciara con go¬
zosas voces a todos los tripulantes; cómo había de figu¬
rarse que la expresión que entonces lanzara a los vientos
2
“¡MONTEM VIDEO!”
iba a dar, desde luego, nombre armonioso y sonoro a la
eminencia y lugar que a la vista tenía, más tarde perenne
denominación a la ciudad que en esta península erigiera
el vizcaino Zabala, y después y durante largo espacio a la
extensa región territorial que ha tenido desde la funda¬
ción de Montevideo a (esta ciudad por cabeza? ¿Cómo ha¬
bía de imaginar que aquella exclamación, con las levísimas
alteraciones que han informado nuestro nombre, había
de constituir en el porvenir el emblema de heroicas accio¬
nes entre las más auténticas que hayan producido los si¬
glos; que había de ocupar así puesto distinguidísimo en
los fastos gloriosos de las naciones; que había de estar
ligada a los afanes, a las esperanzas y a las luchas de in¬
mortales generaciones; y, aun, que andando los tiempos
había de retoñar, como denominación siempre, a millares
de leguas del Río de Solís, sirviendo para designar a una
nueva población, a una futura gran urbe quizá, de los
Estados Unidos de la América del Norte, en la quie se
ha querido consagrar nuestro título metropolitano? (1).
¿Pero cuál es la verdadera exclamación lanzada a
la vista del cerro de Montevideo por el marino de la Tri¬
nidad, en viaje al Maluco o tierras de la Especiaría, hacia
el mes de Enero del año de 1520?
He ahí lo que me propongo dilucidar.
Mucho se ha opinado y aseverado acerca de este
punto, aunque no he leído hasta ahora ninguna exposi¬
ción razonada.
La circunstancia de ser portugués el intrépido jefe
die la expedición de que hablo, y de venir en ella portu¬
gueses, ha hecho creer y decir a muchos que la expresión
del vigía de Magallanes — vigía accidental o no — habría
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
%
sido portuguesa, y, precisamente, la de Monte vide eu,”, de
donde, con leve variación, por la sinalefa de las dos úl¬
timas voces y el cambio en o de la u final, se hubiera ori¬
ginado con toda sencillez nuestro nombre.
Hay notorio error en semejante suposición, porque
esas tres palabras que se han imaginado, sin duda, como’
se comprenderá pronto, después de formado el nombre
de Montevideo, buscándole a éste derivación, no corres¬
ponden a un mismo idioma, ni a un mismo dialecto, y no
han podido así constituir, unidas, ni una frase en portu¬
gués, ni en castellano antiguo, ni en gallego, que son los
idiomas y variedades en que tienen cabida dos de las vo¬
ces de la expresión antedicha.
Las palabras “monte” y “eu” son efectivamente por¬
tuguesas, y son gallegas también. Pero la palabra “vide”
no es gallega, ni portuguesa... ; mejor dicho: no es por¬
tuguesa como verbo, que tendría que ser necesariamente
para entrar a constituir la frase de que trato.
La voz vide es voz verbal ¡en latín, y verbal también
en el antiguo castellano, según en breve lo explicaré. En
idioma latino pertenece a la segunda persona del impera¬
tivo del verbo ver, y suele emplearse, como tal voz latina,
tanto en portugués como en castellano actual, en las lla¬
madas de página de los libros, equivaliendo en semejantes
casos a véas\e. Vide página tal, obra cual, etc., vale tanto
como decir: véase página tal, obra cual, etc.; más propia¬
mente : mira o vé tal página, tal obra, etc.
Empleada la voz latina vide, en su natural sentido,
dentro de la expresión “Monte vide eu”, que he empeza¬
do por suponer portuguesa, dejaría a esta expresión «in
concordancia gramatical, aún en la gratuita hipótesis de
que cupiera el injerto de aquella voz latina en la forma en
que lo está en la citada frase vulgar.
“Monte véase yo”, “Monte vé yo” o “Monte mira
yo”, no tienen, sin duda alguna, ningún sentido; y esa
4
“¡MONTEM VÍDEO!”
sería la traducción del “Monte vide eu”, empleando como
latina la voz verbal vide.
Pero — podría argüirse — la voz vide es portuguesa
también. Es portuguesa efectivamente; mas en portugués
vide es un nombre sustantivo, que designa a una planta,
la vid, y a un órgano de la tedad fetal del ser humano, el
cordón umbilical.
Luego, por ningún concepto es admisible en portu¬
gués la expresión “Monte vide eu”, que en algunas obras
se estampa, como dando origen al nombre de Montevi¬
deo.
Ahora, es cierto que vide es también palabra del an¬
tiguo castellano, y palabra verbal, correspondiente a la
primera persona del pretérito perfecto del verbo ver.
¿Podría, en consecuencia, admitirse que la expresión
“Monte vide eu” tiene sentido, y pudo constituirse y pro¬
nunciarse en castellano antiguo?
Tampoco. La palabra vide, del castellano antiguo, no
tendría cabida ien una misma frase con el eu portugués,
o gallego. Es como si admitiésemos que el “Je vois” (yo
veo), francés, pudiera expresarse también die esta mane¬
ra: “Je veo” o “Yo vois”.
Desechada, en toda lengua, la expresión “Monte vide
eu” como originaria del nombre de nuestra capital, exa¬
minaré si este nombre ha podido tener origen en estas
otras, que corren indistintamente en diferentes y numero¬
sas obras: “Monte vi eu”, “Monte vide”, “Monte vi”,
“Monte veo”, “Monte vidi”.
II
El nombre de Jlontevideo
no deriva del castellano, ni del
gallego, ni del portugués
Se ha visto en el capítulo precedente que el nombre
de Montevideo no ha podido derivar de la expresión “mon¬
te vi de eu” que algunos escritores han forjado creyendo
poder atribuirla al idioma portugués.
Al portugués hay que descontarlo de toda contribu¬
ción ien el origen del nombre de Montevideo, puesto que
tampoco es admisible que haya sido concebida y proferi¬
da por gentes de tal habla, particularmente en las circuns¬
tancias que la tradición acredita, la expresión “monte vi
eu” de otros autores, no obstante tener cabida y signifi¬
cación en dicho idioma todas las voces que integran la
referida expresión.
L,a frase “monte vi eu” no es de construcción ni de
índole portuguesas, y solo podría haberse dado, por dis¬
posición extravagante, por ejemplo — si hemos de echar¬
nos a imaginar lo más favorable —, en una réplica, insis¬
tiendo en una afirmación, ante una duda o negativa, vale
decir, precedida de otras expresiones, nunca, lo repito,
en las circunstancias propias del momento en que la ex¬
clamación a que míe refiero ha debido ser lanzada a los
vientos, según todas las tradiciones recibidas.
A la vista de un monte y para anunciarlo y señalarlo
a los demás tripulantes que hasta aquel momento lo igno¬
ran, no ha podido ser proferida en portugués la exclama-
“¡MONTEM VIDEO!”
«
ción de tiempo pasado “¡monte vi eu!”, como tampoco la
de presente “¡ monte vejo eu!”.
Vi un monte, o veo un monte, se dice en portugués del
siguiente modo: “Eu vi um monte” o “eu vejo um monte”
— expresiones muy diferentes de la mencionada, y que no
se alcanzaría por qué especie de sorprendentes transforma¬
ciones hubieran dado lugar a la rápida adopción de la voz
Montevideo.
La expedición del esforzado hidalgo portugués don
Hernando de Magallanes, que siguió las huellas del noble
e infortunado descubridor del Río de la Plata don Juan
Díaz de Solís, era una expedición española, y, siendo así,
natural era que predominasen en ella individuos de esta
nacionalidad, aunque los había de las más diversas en las
cinco naves que componían la expedición de que hablo. Esa
concurrencia de hombres de diversos orígenes, frecuente
siempre en las empresas de mar, se daba también a menudo
en las azarosas navegaciones de la época, las cuales recluta¬
ban sus elementos, a pesar de las prohibiciones, donde los
encontraban, en aquel ambiente universalmente extendido
de famosas aventuras del siglo XVI (2).
Si la expedición era española, y predominaban en ella
los individuos de la nacionalidad, pudo muy bien ser cas¬
tellana la expresión que discuto del vigía de Magallanes, o
pudo ser pronunciada también en el habla que tanto había
de hermosear Curros Enriquez, la dulce habla gallega, ma¬
dre legítima del idioma portugués. Pudo ser dicha expre¬
sión castellana o gallega; pero desde luego afirmo resuelta¬
mente que no fué ninguna de las dos cosas; que ni al cas¬
tellano ni al gallego puede atribuirse la paternidad de las
expresiones que se han imaginado ¡en labios del marino de
la expedición magallánica.
ORIGEN DEL. NOMBRE DE MONTEVIDEO
Al igual de lo que manifesté refiriéndome al “monte
vi eu” portugués, es el caso de establecer aquí con relación
al “monte veo”, al “monte vi” y al “monte vide” castella¬
nos: que ni “monte veo”, ni “monte vi”, ni “monte vide”
son construcciones propias de la lengua de Castilla, ni en la
antigua ni en la moderna edad; no están con su índole.
En castellano, siempre se ha dicho, y se dirá mientras
subsista el espíritu de la lengua—y así necesaria y sencilla¬
mente lo hubiera expresado el vigía de Magallanes—“veo
un monte”, o “vi un monte”, o “he visto un monte”, para
indicar, anunciar o afirmar la existencia y percepción de
tal accidente orográfico.
En cuanto al habla gallega, no tienen siquiera lugar en
ella ninguna de las expresiones de que se pretende hacer
derivar la voz Montevideo. Por lo pronto, no todas laa pa¬
labras de “monte vi eu” y de “monte vide eu” algunas de
las cuales, “monte” y “eu”, pueden considerarse indistinta¬
mente portuguesas o gallegas, no todas pertenecen a éste
dialecto provincial; mas, aunque pertenecíer®4, su retínión
en el orden en que se encuentran dispuestas no constituye
locuciones propiamente galaicas.
Por equivalencia al “monte veo”, o al “moifte'vi-*>cay-
tellanos, habríá que decir, si fuese aceptable construir así
en gallego: “monte vexo eu”, o “monte vin eu”. Pero tales
construcciones, según lo observado respecto del castellano
y del portugués, no cabrían sino por extrema rareza en
gallego. Y es que el gallego y el portugués y el castellano
tienen índole semejante, como que derivan de iguales
fuentes.
Para decir “veo un monte” o “vi un monte”, lo pro¬
pio y natural en gallego sería articular: “vexo un monte”
s
"¡MONTEM VIDEO!”
o “vin un monte”, de ningún modo “monte vexo eu”, ni
“monte vin eu”.
No teniendo origen ni en el castellano, ni en el portu¬
gués, ni en el gallego el nombre de Montevideo, ¿en dónde
se ha originado esta voz ? — cabría ahora lógicamente pre¬
guntar.
A mi entender, la voz Montevideo se deriva directa¬
mente, y con levísima modificación, del latín, la lengua
madre de todas las otras a las cuales se ha atribuido la
paternidad de nuestro nombre. Pero no proviene esa voz
de la frase latina “monte vidi”, según lo verificaré en
otro capítulo, confirmando lo que empecé diciendo, que
ella no procede de ninguna de las expresiones corrientes.
III
El nombre de Montevideo deriva
directamente del latín
Y do tiene qué xet»
con JWonte Vidi, que no puede haber existido
Los errores del piloto, ex-contramaestre, Francisco Albo
Excluidas las expresiones que han servido de base
a diferentes escritores para hacer derivar el nombre de
Montevideo ora del castellano, ora del portugués o del ga¬
llego, dije en el capítulo anterior que ese nombre tuvo
origen en el latín, pero no en la expresión Monte vidi
(que tal cual está escrita no sería bien latina tampoco),
sino en una expresión distinta que he de analizar, perfec¬
tamente constituida en el idioma del Lacio, de donde
resultaría que dicho nombre, conforme he ofrecido veri¬
ficarlo, no habría tenido origen en ninguna de las expre¬
siones corrientes.
Que ese nombre derivó inmediatamente del latín,
podría sustentarse, prescindiendo de razones más vale¬
deras, con las referencias del documento más auténtico y
de mayor antigüedad que se conozca, de los que dén noti¬
cia de este asunto. Aludo al Diario de Navegación, de la
expedición magallánica, llevado por Francisco Albo, cuyo
manuscrito original, que he visto y figura en el Archivo
de Indias entre los papeles pertenecientes al Real Patro¬
nato (Estante 1, Cajón 2, Legajo 1), fué por primera vez
10
“¡MONTEM VIDEO!”
publicado en la renombrada obra de Don Martín Fernán¬
dez de Navarrete, "Colección de los viajes y descubrimien¬
tos que hicieron por mar los españoles”; encuéntrase tam¬
bién en la Historia de Juan Sebastián del Cano, de Eus¬
taquio Fernández Navarrete, y puede verse en una co¬
lección menos rara y más a la mano entre nosotros, la de
documentos para la Historia de Chile por don José Toribie
Medina.
Aunque sea de paso observaré aquí que, a pesar de
ser común el decir que Francisco Albo era contramaes¬
tre de la Armada de Magallanes, ese cargo no debe en
realidad haberlo desempeñado estrictamente sino, a lo
sumo, en una mínima parte de la expedición, desde Es¬
paña a la costa del Brasil, siendo notorio que la expedición
mencionada realizó el primer viaje de circunnavegación.
En la relación de las gentes que debían salir en las
cinco naves de Magallanes, aparece, efectivamente, Fran¬
cisco Albo, como contramaestre de la nao Trinidad, “go¬
bernada por el Capitán Mayor de la Armada”, pero ese
cargo debió compartirlo con el de piloto, pues desde el
cabo de San Agustín, en el Brasil, hasta la vuelta a Es¬
paña que se hizo desde las Molucas en una sola nave, la
que llegó a Sevilla bajo el comando de Sebastián del Cano,
Francisco Albo era de los que llevaba el derrotero de la
navegación, según lo comprueba el único diario de la ex¬
pedición que hasta hoy se conoce, el escrito por él, que
como he dicho se conserva en el Archivo de Indias, ese
aún inexplorado venero existente desde el famoso reinad®
de Carlos III en la antigua Casa Lonja de Sevilla. — El
propio Francisco Albo, declarando como testigo, después
de su arribo a España, a proposito de acaecimientos de
viaje, ocurridos en el Maluco, dice: llamarse Francisco
Albo, ser vecino de Rodas, y piloto de la nao Victoria de
Su Majestad; y así lo establecen también otros documen¬
tos (3).
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
11
Volvamos a las referencias sobre el nombre de Mon¬
tevideo, contenidas en el diario de navegación de Fran¬
cisco Albo. Dice el tal lo siguiente, en sus anotaciones
relativas al derrotero en nuestras aguas:
“Martes 10 del dicho (Enero 1520) tomé el sol en
75 grados, tenía de declinación 20 grados, vino a ser
nuestra altura 35 grados, y estábamos en derecho del cabo
de Santa María: de allí adelante corre la costa Leste
Oeste, y la tierra es arenosa, y en derecho del cabo hay
una montaña hecha como un sombrero, al cual le pusimos
nombre Monte Vidi, corrutamente llaman ahora Santo
Vidio, y en medio del y del cabo Santa María hay un río
que se llama río de los Patos, y por allí adelante fuimos
todavía por agua dulce”, etc.
Monte Vidi, dice Albo que le pusieron a la montaña
de forma de sombrero que hay en derecho del cabo de
Santa Mearía, — y si por su descripción, solamente, no sa¬
biendo que se trata del Cerro de Montevideo, hubiéramos
de echarnos a buscar la situación de ese monte Vidi, me¬
drados estaríamos; pero no trato de eso en este momento,
sino de que Monte Vidi fué, según Albo, la denominación
primitiva de la tal “montaña”.
El nombre de Monte Vidi, sería una derivación sen¬
cillísima de la expresión latina “Montem vidi”, que tra¬
ducida al castellano vale tanto como decir “vi un monte”
Esto es una confirmación de lo que manifesté al prin¬
cipio : que se puede sustentar que el nombre de Montevi¬
deo derivó del latín, con remitirse tan sólo a la documen¬
tación auténtica, de más antigua data, que contenga re¬
ferencias al punto de que nos ocupamos.
Pero, en realidad, como también lo he dicho, no fué
“Monte Vidi” el nombre primitivo del cerro de Montevi¬
deo, diga lo que quiera Albo, que en achaques de preci¬
sión y claridad, y aún de pura consignación de hechos y
de datos, deja mucho que desear en su Diario, no obstante
12
“¡MONTEM VIDEO!"
lo natural y recomendado que era entonces, en particular
a los exploradores y nautas subsiguientes, el asiento cui¬
dadoso de los menores detalles que importasen al conoci¬
miento y exactitud de los derroteros.
Navarrete, en su mentada obra, ya hizo notar hasta
contradicciones en el original de Albo, determinando nada
menos que situaciones de islas pertenecientes al grupo de
las Molucas, o sea de la Especería, objeto esencial del viaje
de Magallanes. “Así hay también, agrega, alguna variedad
en los nombres propios
En lo poco que queda transcripto de Albo, puede ad¬
vertirse que para señalar ¡el cerro de Montevideo, no si¬
tuándolo de ninguna manera, emplea indicaciones que
no servirían para reconocerlo o que es necesario inter¬
pretar, con conocimiento general de los datos que debieran
servir de guía.
“En derecho del cabo de Santa María — expresa Al¬
bo — hay una montaña hecha como un sombrero”. En
derecho del cabo, ¿hacia dónde es? (4).
Si se siguiesen los hoy trillados derroteros de inter¬
nación en nuestras aguas, desde el cabo de Santa María —
de donde no hay posibilidad de divisar el cerro de Monte¬
video, visible tan sólo a unas doce leguas de distancia con
tiempo claro (5) — se vienen encontrando numerosas ele¬
vaciones, más o menos próximas a la costa, entre ellas el
cerro de Pan de Azúcar, bien capaz de fijar la atención
del navegante por su gran elevación relativa, su “notable
aislamiento y regularidad de formas”, comparado por
reputado marino “a una campaña sentada boca abajo’ y
visible “a distancia de 35 a 40 millas con atmósfera des¬
pejada, cuando se ¡está por el S. E. de la isla de Lo¬
bos” (6).
Quien hubiese seguido las indicaciones de Albo, ¿a
cuál de las múltiples y variadas elevaciones que se ofre¬
cen, de cabo adentro, a la vista del navegante, más de una
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
íl
de ellas parecida en realidad, o si se busca, al cerro de
Montevideo, le hubiese adjudicado el título de Vidi, ca¬
prichosa o sugestivamente antejándosele ser una “monta¬
ña con la figura de un sombrero”?
La imprecisión de Albo en sus datos y anotaciones,
revélase en el mismo breve párrafo suyo que he transcrip¬
to, en el que ubica el Río de los Patos, que desde la ex¬
pedición de Juan Díaz de Solís, no era otro que el Santa
Lucía, entre Montevideo y el Cabo de Santa María, en
medio de estos dos puntos (7).
Lo que sigue del relato de dicho Albo, con relación
a nuestras costas, a la vista de las cuales se mantuvo la ex¬
pedición magallánica hasta el 3 de Febrero de 1520, es
bastante confuso, deficiente, y no carece de errores.
Dice así Albo, hablando de la navegación aguas aden¬
tro, y de los fondos a 34 grados y un tercio — que son
arriba del puerto de la Colonia, a la altura del Arroyo
de San Pedro: “y allí surgimos y enviamos al navio San¬
tiago de longo de costa por ver si había pasaje, y el río
está 33 grados y medio al nordeste
A los 33 grados y medio se está en pleno Uruguay,
frente al Departamento de Soriano, cerca del Río San Sal¬
vador, a poca distancia también de las islas de la desembo¬
cadura del Río Negro — aproximadamente al nordeste,
en latitud de 33°24\
“Y allí hallaron — continúa Albo — unas isletas, y la
boca de un río muy grande, era el Río de Solís, e iba al
Norte, y así tomaron la vuelta de las naos, y el dicho navio
estuvo lejos de nosotros obra de 25 leguas”, etc.
¿ Cuál era para Albo el Río de Solís, más tarde y has¬
ta hoy Río de la Plata? Parecería aludir, al principio de
lo transcripto, al Río Negro; pero después, en su estilo
ambiguo, parecería aludir también al mismo Uruguay,
cuya boca se pudo creer encontrar a la vuelta de la punta
de Fray Bentos, donde hay islas, de donde se va por el
14
‘•¡MONTEM VIDEO!”
río hacia el Norte, y de donde se dista unas 25 leguas más
o menos del Arroyo de San Pedro, estada de Albo, siendo
sabido que hoy mismo se considera Río Uruguay, propia¬
mente dicho, de Fray Bentos arriba, puesto que la parte
comprendida lentre Fray Bentos y Punta Gorda, Departa¬
mento de Colonia, donde está su término, es para muchos
un estuario, el estuario del Río Uruguay, que vierte sus
aguas en el estuario del Plata, después de angostar sus
orillas desde Punta Chaparro abaj>o. En la región denomi¬
nada estuario del Urugu'ay desagua ¡el caudaloso Río Ne¬
gro y se abren varias bocas del Paraná, alcanza el Uru¬
guay un lecho desproporcionado a su caudal y sufren sus
corrientes fáciles influencias de las mareas y los vientos.
Sea como se quiera, por lo que queda reproducido,
se vé que equivoca Albo la situación del Río de Solís, y
que según él, a la Santiago, la menor de las carabelas de
Magallanes, le tocó explorarlo aguas arriba del Uruguay.
Después de todo, se habrá observado la vaguedad e
imprecisión de los informes que el contramaestre - piloto
suministra.
¿Qué extraño, así, que no reparase en letra de más o
de menos, cuando le tocaba anotar el nombre de un acci¬
dente orográfico? ¿Qué óbice había de poner a su proli¬
jidad una letra del alfabeto, cuando no se lo ponía, co*
todo su inmenso caudal, un estuario como el Plata, al que
transportaba de un rumbo o de una latitud a otros?
No fué Monte Vidi (corrupción de “Montem vi di”,
equivalente a “Vi un monte”) lo que se le puso a la mon¬
taña como un sombrero de que habla Albo. Ilógico sería
admitir, sin rechazar los datos de la tradición, que a la
vista del Cerro, desde las alturas de un palo, el marino
encargado de atisbar el horizonte se expresara en tiempo
pasado; para esto hubiera sido necesario que el vigía, al
lanzar la exclamación de que se trata, hubiera dejado de
ver leí “monte”, o que hubiera empleado su expresión al
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
16
descender a cubierta o posteriormente en quién sabe qué
circunstancias — lo que tornaría cada vez más difícil de
•omprender la adopción de su frase como espontánea y
decisiva designación geográfica.
Con la tésis del Monte Vidi, resulta, además, inex¬
plicable y arbitrario el paso del Vidi al Vídeo; no se al¬
canza, ni se dá la razón, ni se vé motivo alguno, por los
que el Montevidi hubiera podido, convertirse en Monte¬
video.
¡ Nó! El nombre que se le puso al Cerro de Montevi¬
deo fue el de “Monte Vídeo” (el “Vídeo”), de denomina¬
ción asimismo latina, según acabaré de verificarlo en otro
capítulo. El vigía debió expresarse, y sin duda se expre¬
só, en tiempo presente.
Esta última versión es la más clara, sencilla y natu¬
ral de cuantas hayan podido ofrecerse. Está en absoluto
de acuerdo con los datos de la tradición inmemorial, y se
halla, además, confirmada por la repetida concordancia
de numerosos documentos.
Mas no terminaré sin dejar apuntado desde ahora
que, en las mismas palabras de Albo que he transcripto,
se encuentran datos confirmatorios de que no fué vidi, sino
Vídeo, el nombre que se le dió al “Monte” que se alza
eomo un vigía sobre nuestra costa.
¿No dice Francisco Albo, inmediatamente de dar
cuenta del nombre que según él se le puso a nuestro Cerro,
que ahora le llaman cornetamente Santo Vidio?
¿Cuándo fué ahora? Indudablemente en los mismos
días en que escribe Albo su Diario de Navegación, pues
ese ahora está asentado en el Diario, y en los mismos días
en que estampa lo referente a la navegación del Río de
la Plata.
16
“¡MONTEM VIDEO!”
La redacción del diario de Albo no fué hecha, en mu¬
chas partes, rigurosamente, día por día, a veces por estar
la navegación detenida, según ocurrió en el mismo Plata
con algunas naves de Magallanes, quien permaneció por
acá unos veintitantos días; otras, por pobreza de observa¬
ciones, aun en plena navegación: ya hemos visto cómo se
vino Albo sin indicar un rumbo, una maniobra, distan¬
cias recorridas, velocidades, escollos, bajíos, fondos ni acci¬
dente alguno, desde Santa María a Montevideo.
Pero en el Diario de Navegación, y entre lo perti¬
nente al Río de la Plata, antes de establecer las demás ocu¬
rrencias que siguen, consigna Albo, a renglón seguido del
Vidi, lo del Santo Vidio. Luego, puede afirmarse que en
los mismos días de la exploración de Magallanes en el
Río de la Plata, 10 de Enero a 2 o 3 o poco más de Fe¬
brero de 1520, ya no era, según Albo, Vidi el nombre de
nuestro Cerro: por corrupción o lo que fuera, los propios
navegantes de la expedición le llamaban Santo Vidio.
¿Le llamarían, en realidad, Santo al cerro de Monte¬
video? ¿Le habrían llamado antes Vidi? ¿O fueron, éstas,
voces aisladas que recogió Albo sin examen, a la manera
de otros datos de mayor cuantía, que ya le hemos visto
barajar lamentablemente?
En suma: Albo llegó a registrar aproximadamente el
apellido del Santo que le adjudica a nuestro Cerro —
santo que no se sabe quién puede haber canonizado, cuya
procedencia y foja de hechos se ignoran absolutamente, y
acerca de cuya existencia no se barrunta el más leve in¬
dicio en ningún almanaque.
Dió aproximadamente Albo el apellido del santo, pero
todavía tuvo la desgracia de equivocarse una vez más,
por un palito. Ese santo nunca pudo llamarse Vidio, ni
siquiera Ovidio.
El Cerro de Montevideo nunca fué santo, ni Vidio
ni Ovidio, a no ser que la cruz que le hubieren puesto
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
17
encima, según hipótesis, los compañeros de Solís, por
orden de este infortunado e ilustre navegante, en demos¬
tración de señorío sobre estas tierras y de la civilización
del pueblo que las descubría y conquistaba, hubiere dado,
pie a algún chusco de cubierta, de la expedición magallá-
nica, para canonizar, de entrada, en los flamantes dominios
de S. M. El Cerro de Montevideo, llevó siempre, desde
el día de su bautismo, el nombre de Monte, sin santo
ninguno: el nombre de Monte Vídeo, que tiene una ex¬
plicación perfectamente racional, concordante con la más
genuina tradición y documentos relativos más antiguos,
nombre que con la leve variante que se ha perpetuado,
comprendió un día, como debiera comprender hoy mismo,
toda la región que constituye nuestra nacionalidad inde¬
pendiente.
IV
Verdadero origen del nombre de Montevideo
“ JHontem vídeo ”
( Veo un monte )
Arribando al final de este estudio analítico acerca del
origen del nombre de Montevideo, resumiré en breves lí¬
neas lo que pretendo haber establecido fundamentalmente
en los capítulos que preceden.
El nomfbre de Montevideo no deriva ni de Monte vi,
ni de Monte vide, ni de Monte vidi, ni de Monte veo, ni
de Monte vide eu, en una palabra, de ninguna de las ex¬
presiones que corren al respecto. No debe su origen al
castellano, ni al portugués, ni al gallego. El nombre de
Montevideo deriva del latín, pero no, como queda dicho,
de la expresión Monte vidi — que en todo caso sería Mon-
tem vidi — sino de la expresión latina Montem vídeo, que
quiere decir cabalmente Veo un monte. Trataré de con¬
cluir de abonarlo, y de establecer las demás circunstancias
de este asunto.
Desde luego, la tradición inalterable dice que la ex¬
clamación de un vigía de la expedición magallánica, reve¬
lando la presencia de un monte a los tripulantes de la nao
en la cual tal exclamación se lanzara, fué lo que dió ori¬
gen a la denominación del Cerro de Montevideo, y con
ello a la voz con que más tarde había de designarse la
20
“¡MONTEM VIDEO!"
ciudad capital de la República Oriental del Uruguay, y
aun el propio territorio de la misma. Todas las explicacio¬
nes que se dan sobre el origen del nombrte de la referencia,
concuerdan en tomar por base aquella tradición, o la dan
por supuesta.
Y bien: partiendo de esa misma base indiscutida
para explicar la génesis del nombre de Montevideo, puede
asentarse — a propósito de los que buscan en los idiomas
portugués y castellano antiguo o en el dialecto gallego,
con retorcimiento arbitrario de sus sintáxis —, que no es
creíble que el acusar la presencia de un monte por medio
de voces de una lengua viva, más o menos vulgar entre
los que la oyen, sea por sí sola causa suficiente e inmediata
de titular o denominar a ese monte precisamente con la
expresión, en lengua vulgar, de que se le vé o se le ha
visto. Tanto valdría como admitir que lo común y ordina¬
rio sea motivo de extrañeza o de señalamiento.
En cambio, atribuida la expresión a un idioma no
común como el latín, la rareza de esa expresión entre los
que equivocan su sentido, o aun entre los que lo compren¬
den y alcanzan la general confusión de los otros, ha podido
motivar muy bien una ocasional denominación que el uso
y la costumbre se habrían encargado después de hacer
perdurar.
Tal lo que ha debido ocurrir con el anuncio de ver
un monte, expresado por singular ocurrencia en lengua
latina. “Veo un monte”, se expresa, en efecto, exacta¬
mente, en latín, con las voces “Montem vídeo”.
Montem es la forma que admite el nombre mons en
el acusativo de la tercera declinación; montem, acusativo
del nombre latino mons (monte), señala de consiguiente
el objeto en quien recae la acción del verbo.
Video (veo)—que se pronuncia como palabra lesdrú-
jula, vídeo, con acentuación sobre la i, aunque no lleve el
acento ortográfico castellano —, es la primera persona
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
31
de indicativo del verbo videre, de la segunda conjugación
latina. Videre — que “es la más general de las palabras
de este grupo: cernere, spectare, visere, tueri —, significa
ver naturalmente, por una cualidad propia de los ojos, co¬
mo actividad del sentido de la vista, sin obstáculo inter¬
medio que impida ver, y tal vez sin intención de mirar”.
Como en latín no hay artículos, la palabra mons, se¬
gún lo explican los textos, significa igualmente: monte,
el monte y un monte.
Así para expresar en latín las proposiciones veo una
ernsr o veo la cruz, veo el hombre y el soldado, veo el monte
o veo un monte, se ha de decir: Crucem vídeo, hominem et
militem vídeo, montem vídeo, siendo el un que en estas
expresiones se emplea, nó un adjetivo numeral sino a to¬
das luces un artículo genérico o indeterminado.
Aquí no hay construcción anómala ni estrafalaria co¬
mo en los supuestos casos del gallego, del portugués y del
viejo castellano. Aquí la construcción, anteponiendo el
nombre al verbo, es perfecta. “El acusativo — según la
gramática latina — se pone delante del verbo”; a más de
que “en latín, se coloca generalmente al principio de la
proposición la palabra o palabras que expresan el objeto
principal de ella”. Como lo dice Raimundo de Miguel: “La
construcción inversa es la genial de la lengua latina. Ra¬
rísimo será en ella el período que no se halle escrito en
este orden, que tanto contribuye a su cadencia, armonía
y majestuosa gravedad”.
La generalidad de los tripulantes de la nave de Ma¬
gallanes, que oyó la exclamación latina del vigía, se quedó
a oscuras, seguramente, respecto del verdadero sentido de
la expresión, sentido que, por otra parte, no se habrá
esforzado en encontrar, creyéndolo entender de inmedia¬
to. Al oir lo de “Montem vídeo”, como conoce la voz
Monte — que es lo que habrá percibido de Montem —
atribuye el Vídeo al nombre de la eminencia que entonces
22
‘•¡MONTEM VIDEO!”
se acusa, al conocimiento, por el que grita, de las denomi¬
naciones geográficas de la región, las del descubridor
Juan Díaz de Solís, cuyo aproximado derrotero siguen
dichos tripulantes. Sabido es que había ya nombres noto¬
rios en esta región, como Cabo de Santa María, Río de
los Patos, Río de Solís; y de suponer ¡elemental era, pa¬
ra la generalidad de los navegantes magallánicos, que la
dirección náutica de la expedición estuviera informada de
otros nombres de accidentes y lugares de la derrota.
La expresión del vigía, de seguro chocó, a los que
pudieron entenderla, por la originalidad y la forma inu¬
sitada y llamativa empleadas. A los que no la entendieron,
facilísimo les fué el creer que el Montem vídeo repentina¬
mente lanzado, era el anuncio de un Monte llamado Vídeo ,
era decir: estamos en presencia o a la vista del Vídeo, o
sea del Monte Vídeo.
El jefe expedicionario y toda la tripulación, pudieron
así consagrar, con el nombre de Vídeo, a ese monte divi¬
sado por el vigía y proclamado en semejante forma.
Estas reflexiones no son una pura conjetura, que en
todo caso sería, según pienso, la más adaptada al asunto.
Numerosos documentos, de los cuales yo mismo he pu¬
blicado varios inéditos, habiendo tenido su texto original
en mis manos, acreditan que desde remotos tiempos al
Cerro de Montevideo se le llamaba “Monte Vídeo”, tex¬
tualmente, con acento ¡en la i, lo que patentiza que el pro¬
ceso de formación del nombre que lleva hoy la capital
de la República Oriental, no es otro que el que queda
expresado.
Españolizada — no traducida — la exclamación del
vigía magallánico, se dió el calificativo de Vídeo al monte,
o sea al cerro, señalado por aquél, como si así hubiese
sido denominado. La voz Vídeo, recogida tal cual se lanzó,
en toda su pureza, conservó hasta la acentuación prosódica
latina, y para ello hubo necesidad, en castellano, de poner-
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
23
le el acento ortográfico de la í, no empleado en el idioma
originario.
Sin duda referencias de actores y testimonios autén¬
ticos de los acaecimientos del viaje de Magallanes — que
hoy no se conocen y que acaso podrían estar como perdi¬
dos en los ocultos veneros del Archivo General de Indias
de Sevilla —, guardaron con rigurosa fidelidad los datos
de la partida de bautismo de nuestro “monte”, y contra
ellos y su notoriedad subsiguiente en España, propagada
después a través de los siglos, nada pudo jamás la erró¬
nea versión aislada del deficiente y confuso piloto, ex¬
contramaestre, Francisco Albo, que tan pronto designó
al Monte Vídeo, en su Diario, por Monte Vidi, como por
Santo Vidio, sin que pueda colegirse de donde hizo de¬
rivar esta última denominación extravagante.
No solo los escritores, ingenieros militares, cronistas,
etc., de la Metrópoli, llamaban al Cerro de Montevideo
“Monte Vídeo”, y a la ciudad de Montevideo “Ciudad de
San Phelipe de Monte Vídeo”, sino que otro tanto, hacían,
durante la dominación española, las más altas, poderosas
y entendidas autoridades de la madre patria en asuntos de
América.
El Fiscal del Consejo de Indias, que escogía el Mo¬
narca entre destacadas personalidades de la época, como
lo eran las del mismo Consejo, llamaba a Montevideo en
sus vistas e informes “Monte Vídeo”, e igual cosa hacían
el Supremo Consejo en sus sabias informaciones y el
Rey en sus decretos.
El propio fundador de la ciudad de Montevideo, Go¬
bernador del Río de la Plata, don Bruno de Zabala, en
documentos que he leído en sus originales, y que he pu¬
blicado también, se dirigía al Monarca designando a esta
Ciudad con el nombre de “Monte Vídeo”.
“Monte Vídeo” aparece también en el relato que he
publicado del viaje del destacamento portugués que en 1723
24
“¡MONTEM VIDEO!”
vino a ocupar militarmente la península montevideana,
conforme a la copia remitida a España por el Marqués de
Capecelatro, representante de aquella Corte en la de Por¬
tugal. Y San Phelipe de “Monte Vídeo” o de “Montevi¬
deo”, también está consignado, como denominación de
Montevideo, en muchos planos de fortificaciones y pro¬
yectos de tales que en copia fotográfica tengo en mi poder,
y que llevan fechas comprendidas entre 1724 y los años
finales de esa centuria.
Todo esto demuestra la extensión y fijeza que en el
siglo XVIII tenía, todavía, la que tuvo que ser primitiva
forma de la mentada denominación.
El “Monte Vídeo”, que empezó a escribirse por me¬
dio de dos palabras separadas, las cuales uniéronse más
tarde por intermedio de un guión, acabó por convertirse
en una palabra única, que conservó al principio el acento
de la í de Vídeo y después lo perdió para transformarse
en la actual palabra llana de Montevideo.
Tal fué, tal debió de ser el origen de este hermoso y
singular nombre, cuya estirpe latina se patentiza en él,
trasciende del mismo, pues tan leves han sido los fáciles
y propicios cambios con que la ¡expresión primitiva se in¬
corporó al léxico castellano.
El P. Pastells y sa intepppetaeíón del sentido de la voz
flUontevideo.—El “Iiazatillo de Ciegos Caminantes”, de
Coneolopeorvo, publicado en 1773.
Ea primera vez que oí hablar de estas dos palabras
“Montem video”, como originarias del nombre Montevi¬
deo, fué en el Archivo de Indias de Sevilla, habiendo es¬
tado allí dedicado, durante una temporada, a la busca de
antecedentes relativos al origen y fundación de Monte¬
video.
El R. P. Pastells, erudito historiógrafo y paciente
investigador que, a fines de I 9 II, hacía ya unos siete años
ORIGEN DHL NOMBRE DE MONTEVIDEO
25
que ‘estaba consagrado en el Archivo a la exhumación de
documentos de la historia de las misiones del Paraguay
y que lleva hoy publicados varios importantes volúmenes
al respecto, me aseveró un día, terminantemente, que Mon¬
tevideo venía de las dos citadas palabras latinas, y que
esto lo había leído, no recordaba bien si en los relatos de
viajie de Francisco Albo y de Antonio Pigafetta, o en
algún cronista o escritor.
Bien que a esto se redujera la información del sabio
sacerdote, que no perdía ningún tiempo en la absorbente
y fatigosa tarea a que se entregaba a diario, desde que se
abrían las puertas del Archivo hasta que se clausuraban,
me impresionó aquello como cuando de repente se percibe,
en un oscuro asunto, la luz de la verdad. Y hoy, que he
adquirido la convicción de ella, me complazco en citar este
antecedente, como un refuerzo, además, de significativa
autoridad, en favor de la tésis de que estas líneas se
ocupan (*).
En el propio Archivo de Indias registré el Diario de
Navegación llevado por Albo abordo de la Trinidad y de
la Victoria, y naturalmente no encontré más que la es¬
cueta relación que ya he examinado, de antiguo conocida
y publicada. Allí también recorrí, sin ningún resultado,
en la impresa “Colección de documentos para la Historia
de Chile, de don José Toribio Medina”, las noticias del
viaje de Pigafetta, cuyo original se encuentra en el Archi¬
vo o Biblioteca de Milán.
Y así, en otras relaciones de navegantes y de cronis¬
tas de la época.
(*) No obstante, debo manifestar aquí que el R. P. Pastells,
haciendo referencia a la denominación de Montevideo, en el Cap.
III, Val. I de su obra intitulada “El descubrimiento del estreche
de Magallanes”, que ha publicado (1920) la Biblioteca de Historia
Hispano - Americana con ocasión del cuarto centenario de ese des¬
cubrimiento, no adopta, ni enuncia la tésis que queda expuesta:
se limita a reproducir el texto del Monte Vidi y del Santo Vidio
de las referencias de Francisco Albo, y con ello parece, sin duda,
remitirse a él.
26
“¡MONTEM VÍDEO!”
Una vez en Montevideo, e inducido por una nota que
leí, en que se mencionaba incidentalmente lo del origen
de la voz montevideana (8), busque el libro que la con¬
tenía, ejemplar muy raro, y curioso, que conserva con
cuidado la Biblioteca Nacional. Es una especie de Bae-
decker, de viajeros del siglo XVIII en Indias, publicado
en 1773: “El Lazarillo de Ciegos Caminantes desde Bue¬
nos Aires hasta Lima, con sus itinerarios, etc., sacado de
las Memorias del Comisionado de la Corte don Alonso
Carrió de la Bandera, para el arreglo de Correos y esta¬
fetas, situación y ajuste de postas desde Montevideo, por
don Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcorvo,
natural del Cuzco, que acompañó al referido comisionado
y escribió sus estractos”.
En esa obra, que no trae más caudal sobre el asunto
que la nota de la referencia, se estampa que Montevideo
es “Voz bárbara, o a lo menos viciada, o corrompida, pro¬
veniente del Castellano, Monteveo, o Portugués, Monte-
veio, o de Latín, Monhemvideo”.
La importancia de esta versión, todo lo alternativa
que se quiera, está en revelar que, siglos atrás, se ha¬
blaba de la procedencia latina de Montevideo; en que, per¬
sonas doctas, como el Visitador de quien Concolorcorvo
sacó sus extractos “con ayuda — además, según él dice
— de vecinos y cierto fraile de San Juan de Dios que le
encajó la Introducción y Latines”, habían recogido el
sentido propio y la índole de la voz de que se trata, y que
todo ello aparece en perfecta armonía y concordancia con
la manera todavía muy frecuente que tenían los españo¬
les de designar a Montevideo: Monte Vídeo.
De eófflo podía hablar latín o latines nn vigía de Magallanes
En la exégesis de que me ocupo, atribuida la expre¬
sión “Montem vídeo” a la exclamación de un vigía, podría
ofrecerse el escrúpulo de cómo hablaba latin o conocía
latines una persona de ese oficio, es decir, ordinariamente,
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
27
un marinero que trepa a las cofas, o a los topes si fes ne¬
cesario, para atalayar el mar y escudriñar el horizonte.
La contestación está contenida en la misma salvedad de
la definición que acabo de apuntar. Ordinariamente el vi¬
gía es un marinero, pero no siempre lo es, no siendo for¬
zoso que lo sea.
En el caso en examen lo indicado era que ¡ el vigía no
fuera un individuo vulgar, sino por lo contrario una per¬
sona de cierta inteligencia, criterio o discernimiento. Los
nautas de la expedición magallánica, arrimados a nuestras
costas oceánicas, donde acababan de sufrir un recio tem¬
poral, venían a internarse en el río de Solís, por lugares
y sondas poco menos que desconocidos, no habiendo más
precedente de navegación que el de la fugaz e infortunada
del ex-piloto mayor don Juan Díaz de Solís.
Hombre algo despierto debía subir a la altura para
apreciar los datos generales, acaso alguna marcación que
de aquel ilustre navegante se tuviese, o para juzgar, sim¬
plemente, por sí, de la situación de las naves, y de los ac¬
cidentes posibles de la ruta, sin perjuicio de la sonda y de¬
más medidas que se irían adoptando por el pilotaje.
Archisabido ¡es que el mayor peligro del mar está en
las costas, y a la vera de ellas nunca se estimarían sufi¬
cientes los cuidados y precauciones en aquellas célebres e
inauditas expediciones marítimas del siglo XVI — sobre
endebles embarcaciones, por aguas ignoradas, con tripula¬
ciones indisciplinadas, reclutadas más de una vez en cual¬
quier parte a pesar de las pragmáticas — y en las que la
suerte de todos, y trascendentales intereses de la Corona de
España, iban librados, a menudo, a un detalle que no se tu¬
viese en cuenta con madura ponderación o no se previnie¬
se con debido rigor.
Así pueden verse figurar en Ordenanzas de la Armada
Naval, disposiciones, como la que transcribiré en seguida,
dictadas con carácter general impositivo con mucha poste-
28
“¡ MONTEM VÍDEO !”
rioridad a la época de que hablo, pero que son un trasunto
claro de las prácticas que, desde los primeros días de las
expediciones de Indias, señalaba la necesidad y aconseja¬
ba la reflexión más improvisa: “Los pilotines deberán su¬
bir a las cofas y topes siempre que se les mande para las
descubiertas de baxeles, tierras o baxos, no eximiéndose de
este mismo servicio a los Pilotos, cuando su práctica y agi¬
lidad personal les facilite el hacerlo”, etc. ( 9 ).
Esta disposición die los últimos Borbones que rigieron
el mundo de Colón antes de la revolución americana, apar¬
te el carácter que asumía de defensa y seguridad inmediata
de los expedicionarios, guarda consonancia con el sentido de
aquellas otras anteriores, de Fernando VI, mandando que
todos los pilotos que navegasen a Indias, o a otros via¬
jes dilatados, formaran diario exacto de la navegación,
explicando por extenso las circunstancias de su derrota,
se aplicaran al conocimiento de las tierras, observando su
figura, delineando las que pudieren, etc., y que, al volver
entregasen al Piloto Mayor los diarios que hicieren en sus
navegaciones, a fin de qule él extrajese de ellos todas las
circunstancias particulares que contuviesen de instrucción,
debiendo dar además todas las noticias que contribuyeran
al acierto die esas navegaciones y a la información de
descubrimientos y adelantos.
Por ello, el mismo don Fernando VI ordenó que para
que todas esas noticias produjeran utilidad, el Piloto Mayor
había de hacer oportunamente las notas que conviniera en
Cartas, Cuarterones y Derroteros; y que de esos papeles,
cartas hidrográficas, planos de puertos y otras particula¬
ridades se haría archivo bien coordinado para dar copias
a los comandantes y pilotos de la Armada cuando salie¬
sen a navegar ( 10 ),
No era esto sino reproducir lo que, andado poco más
del tercio del siglo XVI, había ordenado ya el mayor de
los Austrias, para que se apremiase, a todos los pilotos que
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
29
volviesen de Indias, a que diesen a los cosmógrafos de la
Casa de Contratación de Sevilla la relación de la navega¬
ción y tierras que hubiesen visto y descubierto (11); lo
que no hizo sino pormenorizar Felipe II cuando dijo:
“Mandamos a los pilotos y maestres de la carrera de In¬
dias, que en cada viaje vayan haciendo descripción y dia¬
rio de todo lo que sucediera en él, asentando los dias en
que salieren y entraren en los puertos, derrotas y rumbos
por donde navegaren cada día, los vientos de mar y tierra
que llevaren, las calmas, tempestades y huracanes que so¬
brevinieren, las corrientes, recalas, islas, arrecifes, bajos,
escollos y tapaderos, y los demás peligros e inconvenientes
que se les ofrecieren, señas, entradas, salidas, fondo, sue¬
lo, capacidad, largura, anchura, agua y leña, y las demás
calidades de los puestos donde tocaren y entraren, de que
otra vez no hubieren hecho descripción, y traigan relación
particular de todo aquello por escrito, y la entreguen al
piloto mayor y cosmógrafo de la casa de Sevilla, con las
penas que el presidente y jueces de la casa les impusie¬
ren” (12).
Mas esto no fue tampoco sino reiterar lo que en re¬
petidas ocasiones ordenaran los Reyes Católicos, lo que
estaba dispuesto, de consiguiente, desde antes de la gran
expedición de Magallanes.
Precisamente, esta preocupación que desde los pri¬
meros descubrimientos en Indias revelaron los Reyes de
España, en favor de las seguridades de la navegación, y
para llegar cuanto antes al mejor conocimiento geográfico
de los lugares que se expresaban y en que debían exten¬
der su dominio, es una de las altas notas de la administra¬
ción española de su tiempo, y ha hecho escribir a don
Adolfo Posada que ello constituye un dato importantísi¬
mo, confirmatorio de la plena conciencia del valor e in¬
terés político que la colonización tuvo muy pronto para el
Gobierno de España, demostrando que los reyes y esta-
30
“¡MONTEM VIDEO!”
distas de la metrópoli, en los siglos XVI y XVII, no pro¬
cedían de otra manera que como proceden los pueblos más
cultos en sus empresas político expansivas.
Pensando en convertir en documentos de positiva uti¬
lidad y enseñanza los relatos llevados por el descubridor
desde su primer viaje, los Reyes Católicos — conforme a
citas comentadas por el autor referido y entresacadas de
las Relaciones Geográficas del sabio Jiménez de la Espa¬
da —, escribieron a Colón: “para bien entenderse mejor
¡este vuestro libro, habernos menester saber los grados de
la isla y tierras que fallastes y los grados del camino por
donde fuistes”; y mandan al Almirante que se informe:
“del grandor de las dichas islas, e haga memoria de to¬
das, y vea las islas y tierra firme que descubriera, y las co¬
sas que hobiere”.
En el mismo sentido expresa don Rafael Altamira:
“Es de advertir con qué buen sentido los Reyes Católicos
procuraron desde el primer momento reunir el mayor nú¬
mero de datos posibles respecto de las condiciones de aque¬
llos países y de sus habitantes para mejor determinar lo que
conviniese en el gobierno de ellos. Así se ve que en las ins¬
trucciones dadas a Nicolás de Ovando en 1501, a Colón
en 1502, a Juan de la Cosa en 1504, y en capitulaciones
con otros navegantes y descubridores en 1508, 1512 y 1514
se recomienda y aun se manda la formación de relacio¬
nes con aquel objeto, las cuales habían de servir para crear
y nutrir un padrón de todas las tierras e islas de las Indias.
La cédula de 1508, en que don Fernando señaló las
atribuciones de su piloto mayor Vespucio, manda a todos
los pilotos que de allí en adelante fueran a las dichas nues¬
tras tierras de Indias descubiertas o por descubrir, que,
hallando nuevas tierras, o islas, o bahías, o nuevos puestos,
o cualquiera otra cosa que sea digna de ponella en nota en
dicho Padrón Real, que en viniendo a Castilla que vayan a
dar su relación”.
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
31
La obligación de los pilotos de presentar los derrote¬
ros de sus viajes y todas las novedades de los mismos en
la Casa Lonja de Sevilla, donde el célebre cosmógrafo
Juan de la Cosa — ilustre ex-dueño y maestre de la nao
Santa María en la expedición colombina — preparaba y
trazaba las cartas y mapas que habían de servir a la uni¬
versalidad de los mareantes en sus viajes a Indias, car¬
tas de marear que firmaba, tan solo, el Piloto Mayor Amé-
rico Vespucio, funda precisamente la teoría más verosí¬
mil que existe para explicar la procedencia del nombre
de América, una vez que se designaron tales cartas con el
nombre de Cartas de Américo o Cartas Américas, y que
se aplicara luego la designación al contenido de ellas, o
sea a las grandes porciones de tierra en dichas cartas de¬
lineadas.
De todos modos, cuando el viaje de Magallanes, de
1519 , estaba en vigencia la mencionada disposición real
sobre derroteros y descubiertas del tiempo de Américo
Vespucio, quien actuó de 1808 a 1812.
Y que el Capitán General de la Real Armada don
Hernando de Magallanes, en su gran viaje de exploración
la llevaba bien en cuenta — siendo por lo demás tan na¬
tural y de mérito y relieve para la propia expedición el
escrupuloso y Utilísimo señalamiento de todos los datos que
aquella adquiriese y de las verificaciones que hiciere —,
pruébalo el hecho de haber mandado dar el Sr. Capitán
General tres tratos de cuerda, con servidores de lombarda,
nada menos que a uno de los primeros pilotos de la Ar¬
mada, Andrés de San Martín, por haber echado al agua
“una figura de la navegación que habían llevado” (13)
En los momentos de peligro cerca de las costas, o
para el mejor conocimiento o delincación de las tierras,
debía subir a los palos gente de algún entendimiento, y nó
el vulgar vigía de los tiempos ordinarios.
V
Quién pudo sep el vigía, de la expresión
“¡Vlontem video”
Quien desde la altura divisó antes que ninguno de
los tripulantes de la nao capitana el Cerro de Montevideo,
y lo anunció en altas voces en la forma que queda expre¬
sada, no es probable que fuera el piloto titular de la Tri¬
nidad, don Esteban Gómez, marino portugués que traía
Magallanes, en su inmediación, a bordo de la nao de su
insignia, personalidad de positiva importancia, con repu¬
tación de “gran marinero” y de cuyo prestigio en la ex¬
pedición hablan los cronistas de la época, llegando hasta
calificarlo de émulo de Magallanes. No es probable que él
fuera, no solo por que no lo exigiesen muy rigurosas cir¬
cunstancias, y haber gente de menor cuantía que pudiese
llenar a satisfacción el cometido, sino por la misma for¬
ma lijera y retozona en que se produjo el anuncio de que
se trata, según pronto me detendré a considerarlo.
En virtud de las mismas razones y de su posición ade¬
más, y por no tocarle, no debió de ser tampoco el que subió
al palo el maestre de la Trinidad don Juan Bautista de Pun-
zorol o Poncevera, hombre ya de unos 50 años de edad.
Tampoco fué seguramente, el del palo, el griego Fran¬
cisco Albo (14), contramaestre de la Capitana, que an¬
duvo oficiando de piloto desde el cabo de San Agustín en
el Brasil (15), y que, como piloto efectivo, entró después
de tres años de navegación, en el puerto de Camaroneros de
34
“¡MONTEM VÍDEO!”
Sevilla, abordo de la nao Victoria, que echó el ancla fren¬
te a la Torre del Oro, mandada por el Capitán guipuzcoano
Sebastián del Cano, ex-maestre de la Concepción. No pu¬
do ser Francisco Albo el de la expresión Montem vídeo,
puesto que no supo consignarla con propiedad en su pe¬
lado Diario de Navegación — diario tartamudo, según
el diecir del Sr. P. Groussac —, que apenas contiene las al¬
turas de sol, rumbos de la derrota y alguno que otro dato
más; y no solo porque no supo consignar la expresión que
dió nombre al Cerro montevideano, no puede ser él el que
la emitió, sino porque habla, en su referido Diario, como
de una designación a que no ha dado origen, que atribuye
a la generalidad.
Menos de conjeturar es que el de la frase latina haya
sido ninguno de los hombres que figuran abordo con car¬
gos especiales como el de escribano, alguacil, cirujano,
etc., precediendo o siguiendo la nómina de marineros, lom-
barderos, grumetes y pajes del rol de tripulantes de la
Trinidad (16).
Entiendo que, por todas las circunstancias del caso,
es entre los sobresalientes o meritorios que forman parte
de los sesenta y dos hombres de dotación de la nave capita¬
na, confundidos, al final del rol, con el capellán, el merino
chico (alguacil), el armero, el lengua y los criados, donde
habría quizá que buscar al autor de la frase latina que dió
título a Montevideo.
Recuérdese que en las citadas Ordenanzas de la Ar¬
mada — aunque sean muy posteriores a los tiempos de
Magallanes —, se mandaba de preferencia a los pilotines
subir a los palos en las descubiertas. Y, además, es necesario
tener en cuenta que entre los sobresalientes, vale decir los
destinados a suplir a otros en cargos de alguna entidad y
que venían haciendo méritos, los había de calidades efecti¬
vas y de cierta instrucción. Esto último importaba, enton¬
ces, el tener, de cerca o de lejos, algunos conocimientos la-
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
35
tinos, estando, por otra parte, en predicamento, las citas y
sentencias en el idioma del Lacio, hasta entre gentes del
vulgo.
Eran frecuentes en aquella época los obras científicas
en latín, y aun las de otro carácter. En manos de Sebastian
del Cano consta que había un almanaque en latín.
A mi parecer, solo un sobresaliente, y no uno de los
individuos graves y de cargo en la dotación, ni tampoco
uno de los ignaros y vulgares, ha podido ponerse a fachen¬
dear o papelonear desde la cofa del palo mayor; pues solo
por fachenda, jactancia o papeloneo ha podido acusarse en
latín la presencia del Cerro de Montevideo y originarse el
nombre que le ha quedado. Y le quedó entonces, según lo
explicado, justamente por la extrañeza de lo que se decía
o la falta de comprensión de la generalidad, que entendió,
de inmediato, que el Vídeo, de Montem vídeo, era el nom¬
bre apositivo del castellano Monte, no habiendo, de cierto,
percibido los oyentes la m de la voz latina montem, o de¬
jándola caer.
Y que entre los sobresalientes venía gente de algún
nivel intelectual, capaz por ende de tener nociones de latin,
verifícase en la lista que de ellos ofrece, en su clásica obra
sobre los viajes por mar de los españoles, don Martín Fer¬
nández Navarrete.
Son siete los sobresalientes, aunque no faltan documen¬
tos oficiales de la época, que califican también de sobresa¬
lientes a otros tripulantes.
De esos siete, destácase desde luego por lo citado que
es — bien que no haya debido ser el de la exclamación
trinitaria — el que Navarrete apellida Antonio Lombardo,
y que llamaban así por ser natural de Lombardía, o Anto¬
nio de Plegafetis, más conocido por su propio apellido de
Pigafetta. Es este el autor del célebre relato del viaje de
Magallanes encabezado con los títulos de “Navegación y
descubrimiento de la India Superior, hecha por mí, Antonio
36
“¡MONTEM VÍDEO!’
Pigafetta, gentil hombre vicentino, caballero de Rodas”,
etc., y “Viaje alrededor del mundo por el caballero Antonio
Pigafetta”.
Personalidad de tantos puntos — que dedicó su obra
al Maestre de su orden y se la presentó nada menos que a
Carlos V, diciéndole que le ofrecía aquello por no haberle
podido traer ni plata, ni oro, ni piedras preciosas, y que
más que otra cosa no fué sino un testigo de la expedición,
como tantos otros que buscaban entonces embarcarse en
alguna forma a las maravillosas tierras de Indias y sus
maravillosos descubrimientos —, he dicho que no puede ser
el de la cofa o 'el tope de la nao magallánica, y se confirma
esto con la lectura del precitado relato, en el cual no se
consigna una palabra acerca de la denominación del Cerro
montevideano. Imposible parece que el caballero die Rodas
hubiera sido el de la incidencia náutica y bautismal, fuera
de lo dicho, por no haberla asentado en su famoso libro,
cuando tanto relieve trataba él de dar a todas sus cosas.
Aparte de todo, bien contadas y estropeadas o fantás¬
ticas son las informaciones que da el vicentino, en lo que
toca al territorio oriental; por ejemplo: el Cabo de Santa
María, depósito de piedras preciosas; el Plata, en 30 gra¬
dos 40 minutos de latitud; los charrúas, de estatura gigan¬
tesca y voz semejante a la del trueno, caníbales que comie¬
ron a Solís con 60 hombres de su tripulación.
Otros dos sujetos de nota entre los sobresalientes de
la Trinidad fueron los portugueses Alvaro de la Mezquita
y Duarte Barbosa, que continuamente querellaban a Maga¬
llanes “porque no quitaba a los otros y los ponía a ellos de
capitanes”, diciéndole que “teniendo capitanes portugueses
tenía toda la gente a su mano e haría todo lo que quisiese”.
Ambos fueron efectivamente capitanes, el primero, que era
primo o sobrino de Magallanes, mandó la nave de más
porte, la “San Antonio”, después de los conocidos sucesos,
las sublevaciones de los capitanes de la Armada y los tre-
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
37
mendos castigos y ejecuciones, de la bahía de San Julián
en la Patagonia; el segundo, obtuvo el mando de la “Vic¬
toria”, y en Filipinas llegó a ser capitán de la “Trinidad”.
Hubo abordo de la capitana otros dos sobresalientes
portugueses, acerca de los. cuales pocos datos conocidos
existen; se llamaron Luis Alonso y Gonzalo Rodríguez.
Figura también entre los sobresalientes un francés, Peti-
Joan, criado a la vez del General don Hernando.
Dos nombres de sobresalientes he dejado adrede para
el final de la revista, aunque el primero de ellos, Joan
Miñez o Martínez, figura a la cabeza de los tales en el
rol de la Trinidad; el segundo a que me refiero era Diego
Sánchez Barrasa. Estos dos eran andaluces, de Sevilla, gente
que, por lo mismo y las demás circunstancias de su em¬
presa, puede imaginarse propensa a gallardear y adornarse.
En labios de cualquiera de ellos sonaría bien el fachendeo
de anunciar solemnemente en latín la vista de un maaafe
¿Fué, en realidad, alguno de los dos andaluzes^Lde
la histórica expresión que comento? No hay dafcrs positivos
que autoricen a aseverarlo.
El autor del dicho podría ser, como tantas veces-íocu¬
rre, el que menos imaginemos entre los trilutentes de la
expedición de Magallanes. ¡Tantas extrañezas ocurren, y
causas tan descaminadas, para la más prolija observación,
resultan a veces teniendo los hechos positivos que se pro¬
ducen !
Deble aquí decirse que no puede considerarse agotada
la investigación de las noticias históricas referentes al punto
de la denominación de Montevideo.
Seis primeros pilotos hubo en la expedición de Ma¬
gallanes (17) que llevaban necesariamente sus respectivos
diarios de Navegación y en los cuales debieron registrarse
los acaecimientos de la misma, de seguro que con otros
detalles de los que pudo consignar el ex-contramaestre Albo.
El Diario del Piloto de la Trinidad, Esteban Gómez,
38
“¡MONTEM VIDEO!”
hubiera sido el de la verdadera luz en este asunto. Pero
Esteban Gómez, que desertó del Estrecho de Magallanes,
en la San Antonio, a la que había sido pasado por piloto
con el Capitán Alvaro de la Mezquita desde los sucesos de
la Bahía de San Julián, y que se volvió a España llevando
preso a su novel capitán, “so color de haber sido consejero
de su tío en las justicias que hizo”, había dejado forzosa¬
mente el Diario de Navegación de la Trinidad a bordo de
esta nave, y la Trinidad se perdió en las Molucas.
Fuera de los lacónicos datos del derrotero de Albo y
de las ya calificadas noticias de la narración de Pigafetta,
no se conocen hasta hoy otras relaciones del viaje de Ma¬
gallanes que una del maestre de la Trinidad, el genovés
Juan Bautista de Punzorol o Poncevera, quien en brevísimas
líneas referentes a las costas orientales, de Cabo Santa
María adentro, no consigna cosa de más interés sino la de
que al río de Solís le pusieron el nombre de San Cristóbal;
y asimismo otra relación, anónima, intitulada “Relación
de un portugués compañero de Eduardo Barbosa, que fué
en la nao Victoria el año de 151c)”, en la que tampoco se
consigna más novedad que la del nombre de San Cristóbal
aplicado al río de Solís (18).
Mas el gran Archivo de Indias, de Sevilla, y otros
preciosos depósitos de papeles de aquellas épocas, están
aun por explorarse cumplidamente.
VI
lia exclamación del vigía de (Dagallanes debió
de ser en la Gapitana
Es natural creencia, y todo induce a pensarlo así en
efecto, no obstante la apariencia de algunas circunstancias,
que los primeros marinos de Magallanes que avistaron el
Cerro de Montevideo y motivaron su denominación, fue¬
ron los que tripulaban la nave Capitana. Fúndase desde
luego esa creencia en que la Capitana debía abrir la mar¬
cha, y en que las otras habían de seguirla. Tal era el uso
desde los primeros tiempos de las Armadas de Indias.
Corriendo tras la capitana de Magallanes, cerca del
trópico de Cáncer, y habiendo disentido el segundo de la
escuadra, don Juan de Cartagena, con el Capitán General,
respecto de haberse variado el derrotero de antemano fi¬
jado, refiere el cronista Hernera en sus Décadas, que Ma¬
gallanes respondió: “que aquello había dado enmendado,
i hecho, para en caso que algún Navio se apartase de la
Conserva del Armada, i no para más, que le siguiesen,
como eran obligados, de día por la Bandera i de noche
por el Farol, i así corrieron el dicho día”, letc.
En las instrucciones a Magallanes le dice el Rey: “e
porque los otros navios vos puedan siempre seguir e
acompañar, e no se aparten de vos, daréis luego por or¬
denanza a los capitanes de las otras naos que cada día a
la tarde vos den sus salvas, según se acostumbra a hacer
a los capitanes mayores de cualquier Armada, y los pilotos
40
"¡MONTEM VÍDEO!’
digan donde se hallan, porque con más acuerdo podáis
enmendar lo que viéredes que mas cumple”. Dispone el
Rey asimismo: “daréis ordenanza a los otros capitanes que
con mucho cuidado miren cada noche por vuestras naos,
y por aquella que llevase el farol, ie la seguirán siempre”.
De atrás venían estas disposiciones de la navegación
en conserva. En el viaje de 1508, de los célebres navegan¬
tes Vicente Yañez Pinzón y Juan Díaz de Solís, la de¬
rrota iba a cargo de este último’ “quien llevaría también
el faraón (la delantera)”. “Llevad — decía t\ Rey en sus
instrucciones — vos el dicho Juan Díaz de Sons, el faraón,
para que otro navio vos pueda seguir”.
Pigafetta escribe en su Viaje: que antes de partir,
dictó Magallanes algunos reglamentos, tanto para las se¬
ñales como para la disciplina; que para que la escuadra
marchase siempre en conserva, fijó reglas a los pilotos y
maestres; quie su nave debía preceder a las demás, y para
que de noche no se la perdiese de vista llevaba en la popa
un farol.
El 12 de Enero de 1520, ya en aguas orientales, y muy
próximos también a lo que pronto había de denominarse
Monte Vídeo, las naves de Magallanes sufrieron un fuer¬
te temporal del Este que las puso en graves riesgos; algu¬
nas de esas naves lograron ampararse en un refugio de
la costa; garreaban, no obstante, azotadas por el oleaje y
el vendabal; llovía “que era un espanto”, en medio de im¬
ponentes fenómenos eléctricos: noche “muy oscura y te¬
merosa” fué aquella, según el decir del piloto Andrés de
San Martín.
No estaba allí la nave Capitana. Entonces, se le ocu¬
rrió al Capitán de la Victoria, consultar a los pilotos y
gente de mar, si debían levar anclas y salir en busca de
aquella nao; a lo que contestó el citado San Martín que n«
debían hacer mudanza y que con tan gran temporal n«
sabía cómo se pudiese ir en busca de la Capitana, sin de-
ORIGEN DEL. NOMBRE DE MONTEVIDEO
41
jar las áncoras y hacerse a la vela, y dejar las áncoras no
era cosa de hacer, pues llevaban con ellas sus vidas.
La navegación de Armadas y flotas se reglamentó
más tarde en instrucciones generales, y la reina goberna¬
dora en tiempos de Carlos II y éste mismo luego, mandaron
lo siguiente, qu.e es un trasunto de lo que la experiencia
enseñaba y se venía practicando de antiguo: En primer
lugar la Capitana temple las velas para que pueda seguir
el estandarte y farol sin perderlos de vista el navio más
zorrero (pesado), y se prohibirá con grandes penas que
ningún navio pase adelante de la Capitana, ni quede por
la popa de la almiranta; que ningún navio se aparte por
una banda ni por otra a distancia que no pueda ser soco¬
rrido o deje de oir la artillería, y ver las señas que hiciesen
la Capitana o Almiranta con velas, banderas o faroles,
imponiendo pena de 50 mil maravedís y dos años de des¬
tierro de la carrera a cada uno de los capitanes, maestres
y pilotos que así se apartaren, aunque vuelvan a la conser¬
va y lleguen al puesto sin riesgo, y se ejecutarán otras
mayores según la culpa; se ordena que todos los navios
de la conserva lleguen a saludar a la Capitana dos veces
cada día, o por lo menos una para tomar el nombre,
etc. (I 9 ).
Por todo lo dicho, la nao Trinidad, que era la capi¬
tana de la expedición magallánica, debía navegar en la
delantera, ordinariamente al menos, y por tanto es lógico
pensar que en ella fué donde se lanzó la exclamación que
tantas consecuencias tuvo, y que da lugar a este examen.
Sin embargo, hallándose la expedición en la proxi¬
midad de la embocadura del Río de Solís — que la nave¬
gación ultramarina de aquella época situaba muy bien,
aguas adentro del Cerro de Montevideo, 9 egún lo aclara¬
ré —, ordenó Magallanes, y esto fué el 13 de Enero de
1520, que pasasen delante las naos de menor tonelaje, la
“Victoria” y la “Santiago”, atenta la disminución de fon-
42
“¡MONTEM VÍDEO!”
do que se advertía y para que esas naves lo fueran explo¬
rando. Pudiera, así también creerse que fuera a bordo de
alguno de ‘esos dos buques donde se diese el grito del
vigía tradicional.
Para admitir lo último sería necesario dar por senta¬
do que los expedicionarios no hubiesen, divisado el Cerro
antes del 13 de Enero de 1520 que, según queda dicho,
fué el día, aunque a hora no precisada de la mañana, en
quie las naves citadas pasaron delante de la Trinidad; ha¬
bría que suponer, además, lo que no es creíble, dadas todas
las circunstancias del caso, que la Capitana no hubiera
percibido el Cerro desde las primeras luces de la mañana
del 13 de Enero, acaso con mucha anticipacióu a la reu¬
nión de la Armada; habría que admitir, asimismo, lo que
solo es de presumir, qule esas naves precedieran constan¬
temente a la escuadra en el día señalado, después die ha¬
ber pasado delante.
Con todo: creo que ni aun admitidos estos supuestos
debe pensarse que haya sido en la Victoria o en la Santia¬
go el grito de la referencia. En primer lugar, y según cabe
inducir de lo expuesto y de las precauciones especiales que
se venían adoptando, marchaban las naves en conserva
muy próximas unas a otras, y aquellas dos, de menor to¬
nelaje, si bien precedían a la Trinidad, tendrían una obra
muerta menos alterosa, y una arboladura también menos
elevada, lo que reduciría ciertamente su horizonte sensible.
Además — y esto reviste mayor importancia — mientras
la Victoria y la Santiago se dedicaban al sondaje, mientras
avanzaban “con la sonda en la mano, guiñando a una parte
y a otra en demanda de la más agua”, a cargo de la Tri¬
nidad venía, según era de rigor, la observación general
y los cuidados de toda especie y más extraordinarios.
Por otra parte: todo condice con que el “Montem Ví¬
deo” fué lanzado desde a bordo de la Trinidad, hasta por
la manera de relatarlo el contramaestre de esa nave, Fran-
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
43
cisco Albo, quien habla de lo que se produce a su alrede¬
dor: “vimos un cerro de la figura de un sombrero al cual
le pusimos”, etc. Se 'explica también que la exclamación
haya tenido carácter de bautizo y se la haya consagrado
denominación geográfica, recogida incontinenti, conforme
a la tradición, y en presencia de Magallanes, a bordo, d)e
consiguiente, de la Capitana. Magallanes ha debido auto¬
rizar el nombre, sino lo señaló él mismo.
Todo ha debido producirse en seguida, conforme al
estilo y carácter de los hechos, y a la versión trasmitida
hasta nuestros días.
VII
flatfegaeión magallániea en nuestras aguas. -
Entrada en el rio de Solís
Ahora corresponde tratar sino fué antes del 13 de
Enero de 1520, o si fué después como algunos lo preten¬
den, el día en que la expedición de Magallanes avistó el
Cerro de Montevideo.
El Sr. don Eduardo Madero, en su interesante obra
“Historia del Puerto de Buenos Aires”, expresa que Mon¬
tevideo fué bautizada por padrino ilustre el 15 de Enero
de 1520, basándose en la interpretación que hace de las
informaciones de Antonio de Herrera — “la mejor fuen¬
te, dice, a pesar de sus incorrecciones”, y combinando aque¬
llas informaciones con las noticias del Diario de Albo.
El Sr. Madero se explica en esta forma: El día 13 lo
pasaron en reconocimientos, y a la tarde entraron en el
Río de Solís; navegaron dos días y divisaron una monta¬
ña hecha como un sombrero a la cual le pusieron por nom¬
bre Monte Vidi. — De aquí deduce que el 15 de Enero
sería el día del bautizo.
Sin embargo, y tomando exactamente como fundamen¬
to a Herrera y a Albo, no resulta verificable, sino contra¬
dicha, la conclusión del Sr. Madero.
Para Herrera, según lo asentado en sus Décadas de
Indias, el viernes 13 de Enero de 1520 la expedición ma-
gallánica entró “en el Río de Solís que llaman de la Plata”.
Pero cuando tal ocurrió, que era “en la tarde” del men-
46
“¡MONTEM VÍDEO!”
donado día 13, ya la expedidón, que venía arrimada a la
costa oriental, había avistado el Cerro y aun pasado cerca
de él, según el mismo Herrera, puesto que el Río de Solís
o de la Plata, al pensar y escribir de Herrera, tenía su
boca, donde la tiene todavía y la seguirá teniendo, detrás
del Cerro de Montevideo, aguas adentro, en el mismo es¬
pado que hoy se dice comprendido entre la Punta Espi-
nillo de la costa oriental y la Punta de Piedras de la costa
argentina.
Ea confusión de los autores acerca de este tópico,
proviene generalmente de un anacronismo, el de conside¬
rar que el Río de Solís o de la Plata a que se referían los
navegantes del tiempo de los descubrimientos y aun los
muy posteriores, dentro de la dominación española, s>e
aplicaba a lo mismo a que se suele extender en nuestros
días tal denominación, con la que se comprende hoy no
solo >el estuario del Plata propiamente dicho, el río de
Solís, sino la vasta zona oceánica fuera y a continuación
del mismo, limitada por la línea que va del Cabo de Santa
María o de la Punta del Este en la costa oriental, al cabo
de San Antonio en la Argentina.
Examinemos lo que dice don Antonio de Herrera, y
verificaremos los errores aludidos en que a menudo 9e
incurre.
Escribe aquel notable y reputado cronista:
“A los 10 del dicho (Enero), una hora antes de que
se pusiese el sol, salvaron la Capitana, y preguntando el
piloto Esteban Gómez por el altura, le dijeron que se
hallaban en 34 grados”.
El 10 de Enero estaba, pues, la expedición, frente a
la Angostura de Castillos, donde se señalan los 34 grados,
en nuestro actual departamento de Rocha, afuera del Cabo
de Santa María.
“A puesta del sol amainaron, continúa Herrera, y
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
47
corrieron rumbo OSO, hasta salir el sol del día 11,
quince leguas”.
Conforme al rumbo, navegaron paralelamente a la
costa de Rocha; y por la distancia recorrida, el día 11 de
Enero, al salir el sol, se hallaban a la altura del Cabo de
Santa María. Pero no dijo Herrera que se hallasen frente
al Cabo, a pesar de ser así, según su propia estima; y es
que reservaba el nombre para Punta del Este. Incurría,
sin duda, en materia de denominaciones, en aquella equi¬
vocación de que habla el Sr. P. Groussac en sus importan¬
tes trabajos de los Anales de la Biblioteca de Buenos
Aires: “Creemos haber demostrado definitivamente —
dice — que por más de dos siglos todos los navegantes y
geógrafos confundieron el cabo de Santa María con la
Punta del Este de Maldonado, 34 grados 58 minutos de
latitud Sur y 58 grados 17 minutos de longitud Oeste de
París. Y por supuesto — continúa el Sr. Groussac — que
desde luego conviene exclusivamente con esta determina¬
ción la latitud o altura de 35 grados del Diario de Albo,
así como los datos complementarios de hallarse en dere¬
chura del Cabo el Cerro de Montevideo y correr desde
allí la costa este oeste”.
Siempre según el cronista Herrera, la navegación ma-
gallánica se entretuvo desde la salida del sol del 11 de
Enero, en bordadas, amainando después hasta las cinco de
la tarde, “i prolongando la costa, que corre muy baxa, no
pudieron reconocer otra señal sino tres cerros, que pare¬
cían Islas, las cuales dijo el Piloto Caraballo que eran el
Cabo de Santa María y que lo sabia por relación del piloto
Juan de Lisboa que había estado en él”.
La navegación había llegado en realidad, el 11 de
Enero hacia las 5 de la tarde, frente a Punta del Este,
aunque hable recién Herrera del Cabo de Santa María.
Los datos de su estima concuerdan entonces con la posi¬
ción de la Punta nombrada, como los anteriores — los
48
“¡ MONTEM VÍDEO !”
de la salida del sol — habían concordado con los del Cabo:
puro error de nombres, es bueno advertirlo, nó de distancias
ni de situaciones.
Lo de los Tres Cerros, que se ven hacia el interior del
territorio, es marcación que asimismo conviene con Punta
del Este.
Y aquí toca puntualizar: que si Punta del Este, o el
Cabo de Santa María, hubieran estado para Herrera en
la desembocadura del Río de la Plata, habría dicho que el
11 de Enero — sea a la salida o a la puesta del sol — la
expedición magallánica había penetrado len el Río de Solí 5
o de la Plata, y nó el 13 de Enero como lo dejó luego ine¬
quívocamente consignado. Para entrar en el Río de Solís
o de la Plata se necesitaron, pues, según Herrera, dos días
y medio o dos días más de navegación costanera, a partir
del Cabo de Santa María o de Punta del Este, según se
estime.
Los navegantes, que continuaban prolongando la costa,
el jueves 12 de Emero corrieron, según Herrera, al Norte,
en demanda de una como bahía, y fondearon en ella porque
comenzó a cargar un temporal que venía del Este. Pasaron
allí el temporal, hasta la mañana del viernes 13, algunas, al
menos, de las naves de la expedición, nó todas, pues ya se
ha visto que en la noche del 12', y en lo más recio del tiem¬
po, hubo de salirse en busica de la Capitana. 'Reunida toda
la expedición, en la mañana del viernes 13, ordenó Maga¬
llanes que tomaran la delantera la Victoria (y la Santiago,
¿Qué bahía era aquella — una como bahía — donde
se guarecieron los expedicionarios? Sensible es que el
cronista no dé detalles más precisos, ni siquiera sobre la
calidad del lugar que sirvió de refugio a los navegantes,
para ver de reconocerlo. Pero con los datos por el mismo
suministrados, acerca de la navegación subsiguiente a la
salida de la titulada bahía, puede llegarse a una conclu¬
sión bastante cierta relativamente a la posición de las
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
49
naves de Magallanes en esa mañana del viernes 13 de.
Enero de 1520.
Basta advertir que el cronista Herrera establece que
los navegantes “corrieron el viernes 13 de Enero, desde
la mañana, a la puesta del sol, siete leguas y media, y que
en “este mismo día en la tarde entraron en el Río de
Solís, que llaman de la Plata”.
Como no es posible transportar el día 13, en que la
Armada entró en el Río de Solís, al 11, en que se halló
frente al Cabo de Santa María y a Punta del Este; como
no es posible hacer que sea lo que ya ha sido; como des¬
pués de navegar dos días o dos días y medio, de Punta del
Este o del Cabo de Santa María hacia Montevideo habla
recien Herrera de entrar en el Río de Solís o de la Plata,
necesario es admitir que, para Herrera, dicha entrada es¬
taba en lo que se llama hoy zona media del Plata, más o
menos de Punta del Espinillo adentro, pues entonces no
habría exactitud rigurosa sobre la línea misma de entrada
a dicho Río.
Y habiendo navegado Magallanes, durante el día 13
de Enero de 1520, siete leguas y media, hasta el Río de
Solís, debe concluirse que la posición de la Armada en
la mañana del 13 era en las inmediaciones de la Isla de
Flores, más allá o más acá, sin que pueda precisarse con
mayor certidumbre el punto, por lo mismo indicado en el
final del precedente párrafo.
En la inmediación de la Isla de Flores ha podido es¬
tar la navegación en la mañana del 13, ha debido estarlo,
habidas y tenidas bien en cuenta las circunstancias de los
malos tiempos, y la lentitud y precauciones de la derrota.
Que Herrera entendía por Río de Solís o de la Plata el
“mar dulce” del segundo de los Pilotos Mayores de Es¬
paña, el estuario, cuya boca sie encuentra—sobre la costa
oriental—junto a la desembocadura del río de los Patos o
de Santa Lucía, se confirma cuando se lee en sus Décadas
50
“¡MONTEM VÍDEO!”
que en ese Río de Solís o de la Plata “estuvieron haciendo
agua” los de la expedición magallánica, porque la ha¬
llaron tan buena como la del río de Sevilla, y que “Maga¬
llanes entró en la nave San Antonio, para ir de la otra
parte del río, y halló que tenía 20 leguas de ancho”.
Solamente refiriéndose al río cuya desembocadura se
encuentra entre las Puntas del Espinillo y Piedras — nun¬
ca entre los cabos de Santa María y San Antonio — pudo
hablar Herrera de dulcedumbre de aguas y de anchura de
20 leguas. Bien notorio es el sabor de las aguas que se 'en¬
cuentran de Punta del Espinillo o de Piedras afuera, y que
la distancia comprendida entre los cabos de Santa María y
San Antonio es más del doble de la calculada para la
desembocadura del Río de la Plata, la cual en rigor tiene
una extensión de 50 millas o sea 17 leguas y media, mien¬
tras que la distancia entre aquellos cabos es de 122 millas
o sea más de 40 leguas.
En cuanto al Diario de Francisco Albo, no obstante
ciertos pasajes de imposible sentido, que sie prestan a las
más diversas interpretaciones, no proporciona elementos
que permitan sustentar la tesis de que el 15 de Enero de
1520 haya sido recien bautizado el Cerro de Montevideo.
Albo presenta a las naves de Magallanes, el 10 de Enero,
frente al Cabo de Santa María — que en su relato resulta
ser Punta del Este; y admitiendo, como lo consigna el
Sr. Madero, que a los dos días de navegación hayan divi¬
sado el Cerro de Montevideo, tendríamos siempre que el
12 de Enero, y no el 15, habría recibido el Cerro su de¬
signación de “Monte Vidi”.
El relato del contramaestre-piloto no permite tam¬
poco situar la embocadura del Río de Solís o de la Plata
en el cabo de Santa María o Punta del Este.
Es verdad que sitúa mal al Santa Lucía, puesto que
lo pone entre el Cerro y el cabo de Santa María — ¡ quién
sabe lo que quiso decir! —, pero, en sus confusiones, vuel-
ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO
61
ve a lo que es, cuando habla del agua dulce después de
ese río: “hay un río, dice, que se llama río de los Patos,
y por allí adelante fuimos todavía por agua dulce”. Cuan¬
do Albo se decide a nombrar el Río de Solís y habla de
“la boca de ese río muy grande”, está tan en el interior
del estuario que no se le ve más, pues se ha metido en el
Uruguay, en 33 grados y medio de latitud.
Pigafetta, que hace una maraña de los datos geográ¬
ficos y que habla, refiriéndose indudablemente al Plata,
de “un gran río de agua dulce donde habitan los caníba¬
les” y lo sitúa en el Brasil, en los 30 grados 40 minutos
de latitud sur, y después agrega que ese río forma siete
islas pequeñas la mayor de las cuales se llama Cabo de
Santa María, acaba por acertar con la propia situación
interior del Plata, con el teatro de la tragedia del descu¬
bridor, aunque nó con la verdad de los sucesos pertinentes,
cuando dice que “aquí fué donde Juan de Solís, que an¬
daba como nosotros descubriendo nuevas tierras, fué co¬
mido con 60 hombres de su tripulación por los caníbales,
en quienes se había confiado demasiado (?)”, y asimismo
cuando expresa que “anteriormente se había creído que
esa agua no era la de un río sino un canal por el cual se
pasaba al mar del sur, pero se vió pronto que no era sino
un río que tiene 17 leguas de ancho en su desembocadura?’.
El cuaderno de apuntes, que ha quedado, del maes¬
tre de la Trinidad, Juan Bautista de Punzorol o Ponce-
vera, confirma, como los relatos anteriores, que el río de
Solís — “un río de agua dulce grande a que se puso nom¬
bre de San Cristóbal” —, fué considerado por los expedi¬
cionarios magallánicos como un caudal de agua bien in¬
terior. El dicho maestre lo considera más interior de lo que
corresponde a la realidad, puesto que lo sitúa, al estilo
de Albo y de Pigafetta, en los 34 grados de latitud, cabos
adentro.
VIII
Bautizo de nuestro Cerro.-Del 12 al 13 de
Enero de 1520. - ]Hás bien el 13 de Enero
El Cerro de Montevideo fué avistado por la expe¬
dición de Magallanes, según he dicho, cuando menos el
13 de Enero de 1520; cuando menos, porque pudo serlo
el día anterior, el jueves 12.
Recuérdese que en la noche del 12 de Enero una
parte de la expedición magallánica se encontraba en “una
como bahía”, a la espera de que amainase el temporal, a
distancia ya de unas 22 millas y media del Río de Solís,
en las proximidades de la Isla de Flores o más adentro
aún, según como se aprecie el rigor de los datos transmi¬
tidos por la crónica; que la nave capitana venía en la de¬
lantera, y que las naves refugiadas en la especie de bahía
se unieron con aquella en la mañana del viernes 13, pasan¬
do luego delante las naves más pequeñas. Y recuérdese
que el Cerro de Montevideo, visible — con tiempos cla¬
ros, se entiende — de 25 millas de distancia, según algu¬
nos marinos, hasta de 36 según otros, ha podido estar
a la vista de los navegantes, que seguían la derrota de Pun¬
ta del Este a Montevideo, desde el meridiano de Piedras
Negras o desde el de la Punta de Piedras de Afilar.
La nave Capitana ha podido, pues, percibir el Cerro
de Montevideo el día 12 de Enero de 1520, si la diafani¬
dad de la atmósfera lo permitía, lo que es dudoso, ha-
54
“¡MONTEM VIDEO!”
hiendo sido ese un día de preparación de temporal, que
se desarrolló enteramente a la noche.
No existiendo datos de la navegación del día 12, no
pueden hacerse al respecto más que conjeturas.
En cuanto al día 13 de Enero, no puede haber duda
de que ya entonces fuese percibido el Cerro de Montevi¬
deo, sea al abrir el día, antes de que se reunieran a la Ca¬
pitana las naves dispersas, sea en la marcha, durante la
mañana, o por la tarde, en que se aproximó tanto al Cerro
la expedición, que lo ¡enfrentó y pasó por su inmediación,
yendo a surgir en el Río de Solís (20).
Lo más probable es que el 13 de Enero de 1520, a
las primeras ludes del día, la expedición magallánica avis¬
tase el Cerro, y le pusiese denominación.
IX
ffionte Serado
Consignaré aquí, de paso, a título de curiosidad, la re¬
ferencia de una extraña denominación aplicada al Cerro de
Montevideo, y que registran muy pocos autores: la de Mon¬
te S\eredo. Esta denominación, conforme a una publicación
del Sr. P. Groussac en los Anales de la Biblioteca de
Buenos Aires, perteniece a un opúsculo rarísimo, que ha
logrado adquirir y ha traducido del aleman el erudito Di¬
rector de la Biblioteca, y que fué escrito originariamente
en holandés.
Trátase del relato de la desventurada navegación de
un buque de Amsterdam, llamado el “Mundo de Plata”—
de 80 toneladas y 36 hombres de tripulación—que el año
de 1598 salió hácia Guinea y Rio de la Plata en compañía
de otro, de 180 toneladas y 64 tripulantes, el “Mundo de
Oro”, del cual se vió pronto separado el primero a causa
de un temporal, yendo después a caer en manos de enemi¬
gos. El Diario de Navegación de su capitán y piloto Enri¬
que Ottsen, dice que: “El I 9 de Julio de 1600 tuvieron
nuevamente un vientecillo favorable y pasaron por con¬
siguiente entre la Isla de Flores y el continente hasta
Monte Seredo, que es una montaña elevada; y una vez
llegados a ella pusieron el rumbo hácia el Sud”.
El Sr. Groussac expresa que no ha hallado en parte
alguna esta singular desviación del nombre de Montevi¬
deo, y conjetura quie Seredo sea la voz Cerro o Cerrito es¬
tropeada.
56
"¡MONTEM VÍDEO!”
Que no es sino una alteración de la voz Montevideo,
escrita quién sabe cómo por el que la estampó en su Dia¬
rio, y pasada a través de dos idiomas de índole distinta,
lo comprueba bien en mi sentir, lo que se ofrece, en el
plano que acompaña al opúsculo de la referencia, con los
nombres de otros accidentes geográficos del territorio
oriental. Flores, Maldonado, Lobos y Castillos, figuran
en ese plano del modo siguiente: Floris, Maldonade, Loc¬
hes, Los Castilis.
X
Conclusión
En conclusión:
El nombre de Montevideo proviene de las palabras lati¬
nas Montem vídeo, que quieren decir “Veo un monte”.
Esas palabras fueron pronunciadas por un vigía de la
nao Trinidad, capitana de la Armada de don Hernando de
Magallanes.
Dióse ese hecho el jueves 12 o el viernes 13 de Enero
de 1520, siendo lo más probable lo último.
“ ¡ fllontem video ! ... ” ¡ (Dontevideo !
\ ■
¡Montem vídeo !... ¡ Montevideo!... ¡ Nombre her¬
moso y sonoro, original y significativo, que lleva al pre¬
sente la ciudad capital de la República Oriental del Uru¬
guay, que llevó un día todo el territorio de esta última,
con el que fue reconocida su independencia, con el que
no es posible confundir a ninguna otra porción de la
tierra, que parece anunciar aún a todos los hombres del
globo que lo oyen, y hacer proclamar a todos los labios
que lo pronuncian, la existencia de una elevada cumbre,
como lo les efectiva y moralmente la entidad a que ese nom¬
bre hoy se aplica—nombre perdurable y característico,
cual ninguno, de la región en que nació a la vida!
NOTAS
1 . — La población que en los Estados Unidos de Norte Amé¬
rica lleva el nombre de Montevideo, tiene 3056 habitantes, según
censo del año 1910, y está situada cerca de la confluencia de los
ríos Minnesota y Chipewa. Pertenece al Estado de Minnesota.
Pasa por ella el ferrocarril Chicago Mllwankee, St. Paul Ry.
(Rand-Mc. Nally Atlas of the World. 1918).
La “Enciclopedia Universal ilustrada europeo-americana” su¬
ministra datos semejantes respecto de la ciudad montevideana de
Norte América, que sitúa sobre la orilla izquierda del Minnesota,
junto a la confluencia con. el Chiipewa.
La misma Enciclopedia contiene referencias bajo la denomi¬
nación de Montevideo, a una localidad de Chile, departamento de
Iquique, en que se beneficia el salitre; a un río de la República
de Honduras; a una hacienda del Perú, departamento de Liber¬
tad, provincia de Paoasmayo; y a una Laguna del Brasil (Mom-
tevideu) en el Estado de Parahyba del Norte.
2. — Diversas disposiciones prohibitivas se dictaron respecto
del embarque de extranjeros en las naves de Magallanes, en par¬
ticular respecto de portugueses.
A causa de las dificultades que so le suscitaron a Magallanes
en su empresa, y “de no hallar gente natural del Reino de Cas¬
tilla para que fuere en la dicha Armada” — según información
que se levantó —, ordenó Magallanes a sus comisionados recibir
gente “de cualquier nación que fuese, con tal que fuera hábil y
suficiente”.
Hubo en la expedición “venecianos y griegos, bretones, fran¬
ceses, alemanes y genoveses”, bien que en gran mayoría estuvie¬
sen los naturales españoles.
Tal hecho promovió a Magallame® diferencias con lois Oficia¬
les de la Casa de Contratación.
El Rey mandó ail principio que no hubiese en la Armada
hombres de mar portugueses; toleró luego hasta cuatro o cinco,
y después hasta doce, pero se embarcaron bastantes más.
3. — Fué uso en un tiempo, según lo revelan las leyes de Indias,
ejercer los oficios de pilotos y maestres unas mismas personas. No
se daba ya eso cuando aquellas leyes se recopilaron, ,y no sabemos
tampoco, ni es aceptable, que igual cosa se hubiese dado antes en¬
tre los oficios de pilotos y contramaestres.
Los maestres eran personas de gran entidad en las naves. Ha¬
bía los maestres de plata que nombraba directamente' el Monarca,
encargándolos del oro, plata, perlas, esmeraldas y piedras preciosas,
que por cuenta del Rey o de particulares se llevasen a España;
había los maestres de navio, que debían ser personas suficientes,
examinadas por el Piloto 'Mayor y Cosmógrafos. Los dueños de
naves podían ir por maestres de ellas, sin ser examinados, llevando
pilotos que lo fueran.
En cuanto a los contramaestres nunca han sido sino simples
encargados de regentar a la marinería, y de dirigirla en las ma¬
niobras y faenas, ordenadas a bordo.
4. — La falta de sentido propio de la expresión “en derecho
del cabo hay una montaña”, se nota más cuando se la aísla, co¬
mo al decir de Albo en pasaje anterior: “estábamos en derecho
del oabo”. ¿De qué rumbo procedían? En derecho del cabo se
puede ir desde diversos rumbos.
60
NOTAS
5. — Lobo y Riudavets expresan en su Manual de Navega¬
ción : “Es notable el Carro de Montevideo por la figura que tiene
do cono truncado. Con tiempo claro puede avistarse de 12 leguas
d© distancia. Su altura sobre efl nivel del mar se estima en 140
m. 7 (5o5 piés).
El Capitán de Fragata don Francisco P. Miranda, en sus
Apuntes de Geografía Marítima, manifiesta: “En tiempo claro,
el Cerro de Montevideo puede avistarse de día, desde 25 millas’’.
El práctico don Pascual Lena, en su Derrotero del Río de la
Plata y sus afluentes, dice': “Con tiempo claro puede avistarse el
Cerro de Montevideo a una distancia de 20 a 25 millas’’.
6. — Lobo y Riudavets, Manual de Navegación.
7. — Expresa el Sr. P. Groussac, Director de la Biblioteca
Nacional, de Buenos Aires, que “el río de los Patos tiene que ser
el Solís Grande, y nó seguramente, como lo afirma Madero, el
río llamado ahora de Santa Lucía”, afirmando Albo que aquel río
se encuentra entre el Cabo de Santa María y el • Monte Vidi.
Sin embargo, según el mismo Albo, del río de los Patos, en
adelante, fueron por agua dulce, lo que no es conciliable con la in¬
terpretación de que ese río fuera el Soilís Gránete.
8. — Nota de un trabajo, publicado en la Revista Histórica —
del Archivo Histórico Nacional — en Diciembre de 1910, ¡por el
distinguido y meritísimo compatriota don Francisco J. Ros.
9. — Ordenanzas Generales de la Armada Naval, 1793, Trata¬
do 3:°, Título VI, Art. 31.
10. — Ordenanzas de S. M. para el Gobierno Militar político y
económico de su Armada Naval, 1748, Tratado IV, Título I arta.
IX, X, XXVIII, XXIX y XXX.
11. — Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias, Li¬
bro IX, Título XXIII, Ley XXXIX.
12. — Recopilación de Leyes de Indias, Libro IX, Título XXIII,
Ley XXXVII.
13. — Historia General de las Indias por Antonio de Herrera.
14. — Viejos autores le dicen griego al contramaestre de la
Trinidad, Francisco Albo, por ser natural de Rodas.
15. — No es de extrañar que el contramaestre Albo llegase
a piloto, si se toma en cuenta que fué común en las navegaciones
antiguas — y figura también en Ordenanzas — que los pilotos, y
pilotines más adelantados, diesen lecciones de náutica durante el
viaje, é hiciesen practicar en la profesión a aquellos de los tripu¬
lantes que mostrasen inclinación, por el arte de navegar.
16. — En la importantísima obra “Colección de los viajes y
descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines
del siglo XV”, por don Martín Fernández de Navarrete, se contie¬
ne una lista completa de los individuos de las naos de Magalla¬
nes, con determinación de clases, nombres, patrias y número.
17. — Como primeros pilotos de la Armada iban: Esteban Gó¬
mez en la Trinidad, Andrés de San Martín y Juan Rodríguez de
Mafra en la San Antonio, Juan López de Caraballo en la Concep¬
ción, Vasco Gallego en la Victoria y Joan Serrano en la Santiago.
18. — “Documentos para la Historia de Chile”, José Toribio
Medina, T.° II.
19. — Recopilación de Leyes de Indias, Libro IX, Título XV.
20. — Por el interés que reviste, y en confirmación de los
últimos hechos aducidos, transcribiré en esta nota final la parte
de liáis Décadas de Antonio de Herrera — “coronista maior de las
Indias, y coronista de Castilla” — relativa a la navegación ma-
gallánica en nuestras aguas:
"Cap. X. Que Hernando de Magallanes va navegando, en
busca del Estrecho, i pasa muchas Tormentas.
“Salida el Armada, como queda referido, en fin del Año pa¬
sado, fué navegando hasta los 6iete de Enero: i pareaiendo, que
el Agua no tenía señal de Golfo, por parecer de Andrés de San
Martín, se mandó que se sondase, i hallaron fondo en ochenta i
cinco bragas, i la señal de la sonda era vasa prieta, de una are¬
na mui menuda. A lo<s diez del dicho, una hora antes que se pu-
NOTAS
61
siese el Sol, salvaron la Capitana; i preguntando el Piloto Estevan
Gómez por en altura, le dixeron que se hallaban en treinta 1
quatro Grados, i que havían llevado de fondo aquel día de quince
hasta diez i ocho bragas, i que el fondo ena blanco, i Conchitas
pedagadas, menudas, i otras arena bermeja, i otras arena prieta, i
blanca, con las dichas oonchuelas. I á puesta del Sol amainaron, i
corrieron con los Trinquetes al Oes Sudueste, hasta salir del Sol,
quinoe legua®; i este Día, que eran once de' Enero, a.1 salir de el
Sol, vieron los Papagaios, i Bonetas maiores, i con efllos, i con los
Trinquetes, corrieron al Oes Norueste, corriendo por el Nornor-
deste Susudueste, quarta al Norte; i bolviendo aJ Nordeste Su¬
dueste, quarta al Oeste, hasta Mediodía, seis leguas, prolongando
la Costa: i desde alflí, hasta una hora daspues de Mediodía, al
Norueste, quarta al Desite, Legua d media, i amainaron, con un
Aguacero, hasta las cinco de La Tarde: i prolongando la Costa,
que es mui baxa, no pudieron reconocer otra señal, sino Tres
Cerros, que parecían Islas, los cuales dijo el Piloto Caravallo, que
eran el Cabo de Santa, María, i que lo sabía por Relación do Juan
de Lisboa, Piloto Portugués, que havía estado en él. Jueves a doce
de Enero corrieron al Norte, en demanda de una como Bato,
adonde amainaron, por un Aguacero que vino, i surgieron: i por
que comengó 4 cargar el temporal, que venía del Lesee, i era tanto
que aunque el fondo era basa, corraengarom a agarrar, i convino
bochar otra Ancora, i porque el temporal cargaba mas, pareció al
Tesorero Luis de Mendoga, Capitán de la Nao Victoria, tomar pa¬
recer de los Pilotos, i Gente de Mar: i 4 Andrés de San Martín
pareció, que mientras se tenían con la® Ancoras, no debían de
hacer onudanga, (por ser de noche mui escuna, i temerosa, i que
con tan gran temporal no sabía como se pudiese ir en busca de
la Nao Capitana, sin largar las Ancora® para llegarse a ella, ni
hacerse a la Vela, que era el caso sobre que Luis de Mendoga
pedía parecer: i que dexar las Ancoras, rao era cosa de hacer,
pues llevaban con ellas sus vidas: i pues que los tenían, y la
Luna hacia el quarto a la media noche, o algo antes, que espe¬
rasen hasta aquella hora, que de ragon natural, i curso de los
Cielos, i según el término que llevaba, a que pasado el quarto
aspecto deii Sol, iba de acatamiento trino a Venus, entendía que
abonangaría el tiempo, i que por tanto atendiesen á lo que el
temporal hiciese: i quiso Dios, que dende 4 hora i media comen-
gó abonangar el tiempo, i que se pudiese recoger una de las dos
Ancoras, porque se rogaba un Cable con ellas; i después de haber
abonangado un poco el viento, fueron tantos los Truenos, i Re¬
lámpagos, mezclados, 4 veces con Agua, que era espanto: i así
se estuvieron hasta el Viernes de mañana, que se levantaron, i
corrieron al Lueste, quarta al Norueste, que fueron a dár en
quatro bragas: i por el poco forado, mandó el General que fuese
la Nao Victoria en la delantera, junto con la Nao Santiago, para
que fuesen sondando por ei poco forado, i fueron con la sonda en
la mano, desde seis, hasta quatro bragas i media, al Norueste,
quarta al Lueste, guiñando a una parte, i a otra, en demanda de
la más Agua, i corrieron hasta puesta del Sol, siete Leguas i
media, i surgieron en cinco bragas, i la señal de fondo era basa
prieta.
“Este mismio Día en la Tarde, entraron en el Río Solís, que
llaman de la Plata, i anduvieron dos Días por él: i por ser baxo
i haver algunas murmuraciones entre los Pilotos, no quiso ei
Capitán ir mas por él; porque por lo mas fondo, no havía mas
de tres bragas. Estuvieron aquí seis Días haciendo Agua, porque
la hallaron tan buena como la del Río de Sevilla, i también hi¬
cieron mui gran pesquería, i acudió mucha Gente de la Tierra,
en Canoas: d porque no se osaban llegar, mandó Hernando de
Magallanes armar tres Bateles, i toda la Gente huió, sin que
pudiesen tomar ninguna Persona. La tierra era mui hermosa,
i sin población: i allí fué adonde mataron a Juan de Solís; i
viendo el Capitán, que no se podía prender a nadie, mandó, que
se recogiesen los Bateles, i 4 -la noche llegó un Indio solo en
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NOTAS
una Canoa, i entró en la Capitana sin temor: iba vestido de una
Pelleja de Cabra (venado sería en tal caso), i Magallanes le man¬
dó dár una Camisa de Liengo, i otra Camiseta de Paño colorado;
i estando vestido, le mostraron una Taca de Plata, por vér si la
conocía; púsosela en los pechos, i dixo, que de aquello havía
mucho entre ellos. Otro Día de mañana se íué á Tierra, i nunca
mas pareció, i Magallanes entró en la Nave San Antonio, para ir
de la otra parte del Río, i halló, que tenía veinte Leguas: i buel-
to, mandó apercibir las Naves para seguir su viaje. ”